Desde donde escuchar y con qué... La paleta, la pluma, la oreja...





                Hay gente que todavía cree en poder hacer "cualquier cosa" en nombre de no sé qué savoir-faire autónomo, desconociendo, al parecer, que el saber siempre viene del Otro, que el cachorro-humano nada puede hacer sin aprehenderlo del Otro. Ni siquiera mamar una teta: y esto lo saben bien las enfermeras de neonatología que llevan al prematuro apenas nace hacia la teta de su madre para ver "si puede succionar"; porque hasta ese potencial "instinto" parece haberse perdido en el sujeto. Y esto nos lleva a la problemática de nuestro oficio y -creo- de cualquier otro.
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                No hay diferencia entre la ética (y la estética) del abordaje de los oficios, si por ética/estética nos referimos a la posición del sujeto frente a su causa y la relación que él asume en el lazo con el otro. Me explico: ¿Qué le sucede a un actor, al artista plástico, al escritor, al barman? ¿No le pasa lo mismo en su oficio? ¿Es lo mismo interpretar una obra desde la Escuela de Konstantín Stanislavski que desde la estética de Grotowski, o escribir desde Kafka o Cortázar que desde Wilde o Shaw; o pintar desde el surrealismo o desde el impresionismo; o hacer un cócktel desde la escuela alemana que desde la americana? No, claro que no. A eso nos referimos cuando invitamos a un colega a pensar(se) desde un lugar que difiere, y mucho, de otros abordajes. Y sobre todo, cuando un colega estudia, se forma, en el psicoanálisis de Lacan; porque no se está formando sólo para leer más y mejor, sino para escuchar desde esa posición.

                            Lo mismo sucede con el "control del caso". El analista no controla porque Lacan dijo "hay que controlar señores...", el analista controla porque el real que empuja al analizante también lo lleva a él, al analista, a hacerse la pregunta por la causa que sostiene su deseo. Porque ¿cuántas cosas dijeron nuestros Maestros y sin embargo no los escuchamos? Sin embargo si lo hacemos es porque nuestro narcisismo se pone en juego: es porque aquello que nos pone fálico (que nos las hace parar, para hablar en criollo) también corre el riesgo de hacer que se nos baje. Es decir: hay un goce en peligro.

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                               Me explico de otro modo: el problema no es, aunque muchos analistas piensen así en el momento que supervisan, una cuestión meramente instrumental entre el analista (que lleva a control “el caso”) y el analizante (“el caso” en cuestión). El problema está entre el analista y su causa; es decir: el psicoanálisis. Porque, en primera y en última instancia, lo que se está tratando de escuchar es el real del analista, no del analizante del analista, y –por ende- el posicionamiento que toma en lo que le causa. Ningún analista puede escuchar al que está ausente, al que no le habla, por lo tanto se analiza el discurso del analista-que-controla, no del analizante que lleva el analista.



                       No hay diferencia entre esto y cualquier otro oficio e incluso una relación de pareja: lo que empuja siempre es la pregunta por lo que causa al sujeto. Una pareja se puede pelear y recontra-pelear, pero la pregunta última es: “¿Vale la pena seguir? ¿Está aquí el objeto de mi deseo? ¿Seguimos?”- Bien: esta es la pregunta que se hace, aunque no lo sepa, el analista en su control. Además, obviamente, -y de paso, cañazo- de llevarse algo en función “del caso”. Y esta es la pregunta que cualquier sujeto se hace cada vez que un cliente (o un proveedor, o un jefe) le toca su real. (El problema que tiene cualquier sujeto no es con el cliente, o con el proveedor -aunque ellos sean los emergentes-, sino con su oficio, y nuestro oficio se llama psicoanálisis.)


                 Si un sujeto sigue en pro de su oficio, es porque esa pregunta, aún vigente, tiene una única respuesta: “Sí, vale la pena seguir.”- Aunque más no sea porque no hay algo mejor... Es decir: hay un goce que aún obtengo. Puede darse (porque los analistas somos humanos y tenemos inconsciente) el caso de no querer atender más a algún analizante (ningún analista tiene la obligación de eso). Pero lo que se rectifica o ratifica en el control es la pregunta por la causa. Es decir: porque nos sentimos mal, frustrados, desilusionados, mal-logrados, etc.: y tratar de ver que aunque una relación no haya prosperado, eso no anula que sigamos buscando otra y otra; o –en este caso- que sigamos apostando al psicoanálisis: de allí que a la “contratransferencia” freudiana (que podemos decir que no existe), Lacan le responde con “el deseo del analista”, que podemos decir que siempre hay que (re)actualizar.




                                 Lo mismo sucede -volviendo al comienzo de estos párrafos- con un Grupo de Estudio: no me canso de decir que nadie hace –solamente, o al menos esa es la meta del analista que coordina- un grupo de estudio para aprender Lacan, sino para “escuchar como Lacan escuchaba”, más allá del propio estilo y fantasma de cada uno, como es más que obvio y salvando las siderales distancias. No se hace un grupo de estudio para saber más o leer más, sino para saber desde donde se va a escuchar. Porque si yo hago un grupo de Klein, escucho desde Klein, si hago de Tarot, escucho desde el Tarot. Por eso el eclecticismo en Lacan es imposible. Rompe con toda epistemología psicoanalítica... Como puse en un posteo anterior y nos decía Germán García, a los analistas lacanianos no nos sirve de nada saber Piaget o Klein. En realidad cuando estamos frente al analizante no nos sirve de nada saber nada, sólo lo que el analizante sabe –y cree que no sabe-; pero sí nos sirve saber una sóla cosa: desde dónde lo estamos escuchando, necesitamos tener una posición de escucha. (Por eso no es lo mismo controlar con un lacaniano que con un freudiano.) Y esa posición direcciona ipso facto a la ética (que siempre es una estética) de nuestro oficio: es la paleta del plástico, la pluma del escritor.


                
                              Es más: no es lo mismo ser un lacaniano que se ha quedado en la interpretación de los subrayados del analizante o en sus puros silencios, que agregar a eso el juego con el significante, con el forzamiento de la lalengua y con la enseñanza lacaniana de la topología (dónde sabemos que lalengua se estira -como el analizante en el diván- (Lacan lo llamó écartèllement) y es-tira (como la banda de Möebius), e incluso se arruga, elementos todos que nos permiten saber desde donde y qué estamos escuchando. Pero para eso, insisto, es necesario aprehenderlos. A eso nos referimos -como dijimos al comienzo- cuando invitamos a un colega a pensar(se) desde un lugar que difiere, y mucho, de otros abordajes. 
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                        Es decir, y en resumen: si bien nuestros maestros Freud y Lacan llevaron la praxis al concepto; tenían bien en claro qué querían escuchar. Primero me tengo que posicionar en un andamiaje [t(e)órico] y después recién podré tener la oportunidad de escuchar desde allí... Parece una torpe epifanía pero me atrevo a decirlo igual: ¿Cómo voy a saber sumar o restar sino sé cuáles son los números? Es decir: antes de operar necesito saber con qué. Lamentablemente todavía hay analistas que no saben que lo inconsciente es no-euclediano. Y ni hablar de aquellos que todavía no se han puesto a leer nada sobre estructuras disipativas y cuánticas. Ya Lacan utilizó, y esto hace cincuenta años, la topología del siglo XIX; y nosotros estamos hoy en el XXI. Porque si bien es cierto que la transferencia [es decir: el amor a un Sujeto Supuesto Saber] sostiene un dispositivo; no es lo mismo un amor que otro. O, para decirlo más técnicamente, una posición ante un (amor al) saber que ante otro.
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marcelo a. pérez
La paleta, la pluma, la oreja...
junio - 2014
ARTE:
Yves Tanguy
Francia
[1900-1955]

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