De la Nada al Invento.
No puede ser casual que el último libro publicado de
Germán Leopoldo García –clases dictadas en Tucumán en 1988- lleve de bautismo
el significante “diversiones”. Leerlo es, sin más, una diversión permanente.
Con su inteligencia y su impecable ironía, nos acerca a temas que suelen ser difíciles
de explicar si no fuese porque el modo de abordarlos lo hace fácil. Cito aquí
algunos párrafos de dicho texto, que les invito a leer completo porque -más
allá que podamos estar de acuerdo o no en algunos puntos- no tiene desperdicio:
leer las charlas de Germán García son siempre una diversión asegurada. Lamentablemente
–y he vivido esto en las últimas Jornadas de Convergencia del sábado pasado en
la Biblioteca Nacional- están quedando –a mi juicio- muy pocos analistas
desacartonados, con vuelo intelectual y, básicamente, que no aburran. Los dejo
pues con sus palabras… map / VI-2014.
La perversión no hace más que colorear con un tema un
vacío que la sublimación transformaría en otra cosa. Freud piensa en una oscilación,
en Leonardo Da Vinci se ve bien. Cuando
la sublimación falla aparece la dimensión perversa, que en este caso es el
sadismo, se lo ve en la fabricación de armas, etc. Cuando la sublimación
funciona, Leonardo hace la sonrisa de La Gioconda, que no es la sonrisa que él
recuerda, sino la sonrisa que no existió. La ausencia de una sonrisa obliga a
inventarla. Entonces podemos decir que Leonardo pintó la sonrisa que su madre
no tuvo. La sublimación no es la nostalgia, es que miro hacia atrás y no hay
nada y a partir de que no hay nada, invento.
.
.
La teoría de Lacan es cómo conducir a un sujeto hasta
el punto donde no hay nada, para obligarlo a inventar. Al sujeto le encanta
dormir, la inercia, la repetición, la siesta. Podemos decir que la siesta es
una buena metáfora de lo que hay entre un significante y otro, porque entre el
día y la noche, uno pone la siesta. La siesta es una noche que es de día, un
día que es de noche, y ahí uno cae. Macedonio Fernández hablaba de los dibujos
en tinta china de la siesta, decía que era una especie de noche metafísica.
(…)
La idea sería definir cuál es el rasgo diferencial de
una clínica de la psicosomática. Supongamos que yo tengo un analizante que
tiene una úlcera y que esta úlcera es psicosomática ¿Qué hago de diferente? ¿Tengo
un vaso de leche para darle cuando entra? Si no hago nada diferente no se ve porqué
salgo al mercado a vender eso. Hasta ahora lo que se ha hecho con la
psicosomática es bastante poco.
.
.
La gente fantasea, diría todo el día, que los robos de
órganos, de niños, etc., delirar es parte del ser hablante. Pero el problema es
si el analista tiene que ser el trasmisor de ese delirio de su paciente o si
tiene alguna hipótesis sobre por qué delira, esa es toda la discusión. Si Chiozza
es paciente de uno y a él se le ocurre que la enfermedad del hígado es Prometeo
y el castigo, bueno, uno lo escucha, es una ocurrencia ¿por qué no? Pero si
Chiozza dice que eso explica la enfermedad del hígado es otra cuestión.
.
.
La duplicación en una temática fantástica de
enfermedades orgánicas ¿es una explicación? La psicosomática plantea un
problema epistemológico serio. Si se piensa como una regla de acción tendría
que preguntarse qué hace un analista que sabe psicosomática. Se discute si el
analista tiene que ser médico, epistemólogo, filósofo, lo que sea; supongamos
que el analista en cuestión es médico, ¿qué de la medicina, qué elemento x
utiliza cuando analiza? Supongamos que es psicólogo, ¿qué utiliza de la psicología?
Supongamos que es escritor, ¿qué de la literatura? Entonces vamos a encontrar
que el dispositivo freudiano es un dispositivo irreductible a otros discursos.
.
.
Si el psicoanálisis fuera realmente una práctica
médica, los médicos no se hubieran privado de apropiárselo y prohibirle a todo
el mundo que lo practicara. (…) No pueden hacer eso porque, como dicen los
norteamericanos, las terapias verbales son parte de la burguesía; no se puede
hacer nada con eso porque no es ciencia.
.--
.--
Uno se puede preguntar si hay en la psicología algo
que sirva para hacer psicoanálisis. Yo ahora estoy leyendo a Piaget, hay
núcleos epistemológicos interesantes para cualquiera que piense, pero no creo haya
ninguna cosa específica que un psicoanalista pueda usar en su práctica. (…) Le
puede interesar a cualquier psicoanalista inquieto, como le puede interesar
cualquier otra cosa, como el ocultismo. Es decir, que estamos hablando de
operatividad, asi como decimos que si una persona no conoce los números, no
puede sumar. Lo digamos al revés ¿qué le pasaría a un analista que no conoce
Piaget? Nada. ¿Y a uno que no conoce conductismo? Nada. Al revés, ¿qué le
pasaría a un psicólogo al que no le dieron un poquito de una ensalada de
Melanie Klein, Freud, etc.? Jamás se atrevería a analizar a nadie, eso pasaría.
(…)
El semblant en
la práctica analítica tiene tres vertientes. (…) Una es imaginaria, otra
simbólica y otra real. La imaginaria es ¿a qué precio? Es la primera pregunta
que hace alguien cuando va a un psicoanalista, ¿a qué precio me amará? ¿a qué
precio me aceptará? ¿qué me va a costar a mí este asunto? La pregunta no es qué
quiere el otro, eso viene después. A veces la gente tarda mucho en preguntarse
qué quiere el que escucha; trata de hacerse entender, de tasar el precio de la
comunicación, como decía Macedonio Fernández.
.
.
Una mujer que analizo en Buenos Aires se levantó
furiosa y se fue porque yo estaba leyendo una revista, ella no estaba dispuesta
a hablarle a alguien que miraba una revista mientras la escuchaba. Esta mujer
dice que nadie es digno de escucharla si no presta plena atención. Pero eso se
contradice con una regla que cumplí y que es la atención flotante. La primera
cuestión entonces es establecer el precio, no solamente económico, sino, por
ejemplo, qué va a hacer el otro con lo que yo le digo, me va a interpretar o
no. La compulsión de los principiantes a interpretar se debe a que hay una
exigencia de entrada. No está la pregunta sobre qué quiere el analista sino un “demuéstreme
que es capaz, que es un profesional sólido, que entiende lo que digo, desenrede este sueño donde los gatos no son
pardos”, todo eso.
.
.
Después de eso viene la pregunta por qué quiere, ahí estamos
en la dimensión del deseo. El “qué quiere” tiene muchas variables: qué quiere escuchar, qué
quiere decir, qué quiere de mí, qué quiere para sí. Cuando alguien analiza
siempre está rodeado de un rumor, la gente va después al bar y especula sobre
qué quiere un analista. La respuesta que este tiene que dar a la pregunta
imaginaria del precio es controlar la contratransferencia: no cobrar por
compasión, no cortar por hostilidad, etc; tratar de que su respuesta al otro no
esté dictada por sus gustos y sus aversiones.
.
.
Un analista puede jugar a enojarse y puede enojarse
jugando a que se enoja, pero lo que no puede hacer es que su enojo sea la
expresión de lo que le pasa a él.
Germán L. García
Diversiones psicoanalíticas
Otium ediciones, Bs. As., 2014
Clases 2
y 3 de Abril y Mayo de 1988.
ARTE:
Rob Gonsalves
Canadá, 1959.