Linchamientos / El imperio del goce
Últimamente –aunque
el advervio es dudoso- se escucha una ecolalia del discurso social que tiende
obviamente a una posición política (y por supuesto ideológica) y que –a mi
juicio- sostiene ciertas paradojas que implican al ciudadano de dos grandes
niveles: el de alto poder adquisitivo, y el que apenas puede subsistir con un
sueldo mensual.
Lo paradójico es
que los primeros (los que más tienen) se quejan (y mucho) de la situación
económica (y social) mientras que viajaban dos o tres veces al año a Europa y
aún así siguen argumentando –por ejemplo- “yo no puedo comprar dólares”. Como
si ignoraran (bueno, tal vez lo ignoren porque la alienación es parte del
olvido) que sólo con dólares se puede viajar a Europa. Son los mismos
ciudadanos que cuando regresan comienzan a hablar mal del país (a lo cual yo
les preguntaría ¿por qué no se van a vivir a otro lado?) olvidándose también que
esos viajecitos lo realizaron con las divisas que produjeron en este país del
cual tanto padecen. Creer que ciertos ciudadanos de esta estirpe puedan pensar más allá de sí mismos (puedan pensar que si ellos se quejan porque no pueden viajar cuatro veces en vez de tres, hay otros que comen arroz todos los días) es -lo sé- una utopía, porque el mundo capitalista se forja -precisamente- en desprecio de la subjetividad, de la otredad. Pero si, como yo mismo, alguien se puede dar el lujo de tomar un vino de calidad todas las noches; al menos habría que tener la dignidad -no ya ni siquiera la inteligencia- de pensar que otros no y de ver cómo un país puede construirse sin que las desigualdades sean tan brutales.
Por otro lado, los
segundos: los que apenas tienen. Y la paradoja acá se presenta porque en vez de
estar preocupados por el capital externo que permanentemente toma los recursos
del país para incrementar las arcas del Norte, defienden (en una especie de Sindrome de Estocolmo) el discurso
ideológico de quienes son sus propios Amos.
Ahora (y en función
del reciente caso de linchamiento en Buenos Aires), nos encontramos con ciertos
sujetos que –en tren de lo que veníamos argumentando- están posicionados en una
repetición ecolálica ciega y sorda donde ya no importan los métodos, sino la
¿erradicación? de lo que ellos consideran un mal: ¿linchar? No, eso parece ser
que no es el problema, incluso sería la solución; nada de eso, sino premiar al
ladrón. Por supuesto nadie en su sano
juicio podría estar de acuerdo en premiar a alguien que roba o destruye (esto
ocurre sólo en los vínculos amorosos donde muchas cosas se permiten por la
imposibilidad que tienen los sujetos de zafar aún de dicha alienación); pero el
falaz y fatal juicio intelectual al que se llega, es no sólo el de hacer la típica
mescolanza de todo (y con eso banalizar y sintetizar) sino en justificar la
violencia con un argumento que parece certero.
Y entonces nos
encontramos con la tercera paradoja: las clases que dominan terminan haciendo
amistad con los dominados y, metonímicamente, se produce un deslizamiento
social interesante que estos sujetos no reconocen: el metadiscurso filtrado a
partir de un hecho violento, de masa; que incluso se pretende instituir como
metodología correctiva al mejor estilo nazi.
Acá no se trata de
una posición partidaria (porque una cosa es la política –y todo acto lo es,
incluso este escrito- y otra cosa es la política partidaria) sino de que el
neurótico (en ese afán desmedido de narcisismo donde parece ser que vale más un
reloj que un ser humano) ponga claridad de conciencia en lo que pretende
sostener con un discurso que, si lo seguimos avalando, nos lleva a la
conclusión de pensar que están proponiendo un estado anárquico donde se hace la
Ley por cuenta propia, a piacere del
consumidor, y dependiendo del momento y el estado de ánimo de cada uno. Como
sabemos, desde Freud para acá, eso se llama perversión.
No es casual, desde
un nivel inconsciente (ya que detrás de todo ser que aparenta tanta bondad se
esconde un sadismo pleno), que estos sujetos que avalan estos procedimientos sean
los mismos que levantan bandera de diversidad sexual o defienden la pluraridad
política o se indignen porque la gente tira papelitos en la vía pública o incluso
viajan al Vaticano a rezar por la paz del mundo. ¿De qué mundo? Obviamente de “su”
mundo, ya que el concepto de otredad está lejos de persuadirlos de la
existencia del Quinto Mandamiento Católico.
Sería bueno que los
ciudadanos no repitan “a modo de loritos” –como nos recordaba Lacan-. Porque el
repetir hace también al encuentro del goce mortífero y mastrubatorio que aleja
al sujeto del lazo con el otro. Ya sabemos que el sistema educativo se basa en
el encuentro con la repetición; pero estaría bueno pensar un poco, y sobre
todo, pensar en el otro. Pero para llegar a ese punto, al encuentro con el otro
–incluso con un otro excluído del sistema o un otro que no puede más que gritar
las falencias que el mismo sistema posee como es lógico en cada cultura- primero
hay que aceptar que existe algo que se llama Ley que se pretende instituir
justamente para paliar el déficit del hueco instituido por El Lenguaje. Y ningún ciudadano puede argumentar que la desconoce.
Y debe ser igual para todos, aunque en la realidad opere desigual. El sujeto debería entender que necesita de Ley y no de represalias; por más que haya sido educado en un sistema de "premios y castigos" y por más que en el núcleo de su Ser se encuentre el afán de venganza y de resentimiento más precario. Y debería también entender que la Ley es la Castración. ¿Pero cómo hacer que un narcisista creído en la imperancia de su goce y de su razonamiento pueda ceder y separarse del Paraíso Perdido, es decir, del Otro que está barrado?
Estaría bueno que
recordemos que, como nos enseñó Lacan, la letra no entra con sangre, sino con
amor. Y ya sabemos que no estamos hablando de poesía, sino del amor que resigna
un goce, vía castración, en pro de un
lazo. Siguiendo el criterio de estos genios del odio, del remordimiento, de la
codicia ególatra (genios que son capaces de destruir hasta lo que dicen amar en
pro de su imagen y de su engreimiento)
llegamos a concluir que todo ciudadano debe tener a mano un facón o un par de
balines para responder –y así también actuar como se critica del otro- cuando
la ocasión –según su percepción- lo demande.
Que Sarmiento se
equivocó cuando sentenció “Civilización o
Barbarie” es por demás conocido, por lo menos para quienes creemos en la
enseñanza freudiana: la Barbarie no existe sin la Civilización. Pero eso no
implica que el sujeto –con su obrar, con su trabajo, con su arte, en
definitiva: con el símbolo- no pretenda hacer con ese real un lugar más
digno y menos violento para todos.
Nobleza
psicoanalítica obliga: habría que ver hasta qué punto todos los que avalan este
método violento, no están de algún inconsciente modo identificados con esta
misma expulsión, repudio y rechazo; que hace que cada ladrón sea también un
constructo de cada sociedad.
Marcelo Augusto Pérez
el imperio del goce
10-ABR-2014
ARTE:
Vasily Kandinsky
Composición VI.1913