Psicoanálisis, Psicología, ¿Qué Autoriza?, "Salud, enfermedad", Psicosis
¿Por qué
psicoanálisis no es psicología?
Bueno, lo comentamos en varias oportunidades. Podemos partir de
definiciones, pero lo que básicamente diferencia al psicoanálisis de la
psicología, a mi juicio, es que el analista forma parte del síntoma del analizante,
forma parte de lo inconsciente; es decir: la transferencia es un elemento que
si bien el médico o el psicólogo, o el veterinario con la mascota del vecino,
puede llegar a manipular; para el analista es la base de la cura. Si no
entendemos esto, no vamos a entender la clínica. Porque si no entendemos esto,
vamos a ser nosografía psiquiátrica o simplemente sugestión. La transferencia
pivotea la cura: el analista está allí para ser amado y odiado y es esto lo que
motoriza (y obstaculiza tal cual ya lo formulara Freud) el dispositivo
analítico. De allí que la concepción de “enfermedad” es totalmente artificial
para nosotros. Es decir: no sólo es cultural, sino que es ficcional en el
sentido de la novela edípica. Es decir: del fantasma. Y –en consecuencia- del
goce. Elementos estos que ni el médico ni el psicólogo abordan.
De allí que el analista debe analizarse y controlar a sus analizantes.
Porque en su fantasma, en su real, los analizantes les produce síntomas y lo
llevan al famoso apotegma lacaniano del “horror al acto”. Un médico puede sentir pena, culpa,
remordimiento, congoja por la muerte de un paciente; pero el “horror al acto”
es otra cosa: es la angustia concomitante a la praxis que se ejerce donde la
pregunta por la causa se actualiza y lleva al analista a cuestionarse y
supervisarse permanentemente. Ningún urólogo se plantea por su fantasmática
propia ni la del paciente con problemas en la vejiga, pero todos los analistas
nos cuestionamos por el real de nuestra praxis porque es la transferencia la
que hay que soportar ya que el sujeto nos demanda cada sesión; y toda demanda
es de amor. Ningún médico pone en juego la
variable del amor en su tratamiento.
Por
otro lado, Lacan ha dicho que la psicología es vehículo de ideales. Pues bien:
nosotros no podemos levantar ninguna bandera: ni la francesa, ni la de la cura,
ni la gay (como algunas instituciones cuelgan la bandera de la diversidad en
sus edificios) ni ninguna. La cura, o cualquier otro elemento simbólico, no son
más que significantes para cada sujeto, para el caso por caso. Como alguna vez
expresamos, un sujeto con una úlcera, una hernia y un análisis de hiv positivo
puede considerarse sano (y sólo la medicina –a través de un dispositivo
cultural- puede decir lo contrario) y, a la inversa, un sujeto que puede
presentar un laboratorio cien por ciento correcto, considerarse enfermo. La prueba la tenemos en el paranoico. Y de aquí saltamos a la concepción del YO que
tanto la psicología como la medicina pretenden sostener: un YO fuerte es para
nosotros pura alienación, puro imaginario. Un YO fuerte es un sujeto de deseo
debilitado, un sujeto que no acepta que algo deberá perder para acceder a un
goce más satisfactorio.
La "salud", como expresó muy bien el médico y filósofo Georges Canguilhem, es un concepto vulgar, no científico. Un sujeto puede sentir que es "saludable" para su cuerpo lavarse cien veces las manos antes de cada actividad; mientras que para otro lo "saludable" es tomarse medio litro de orina en ayunas: la uroterapia es una actividad que la practican muchos pueblos. Un sujeto puede sentir que es "saludable" fumarse un habano con el cognac de la cena; para otro lo "saludable" es hacer una hora de cinta en el gym. Como se ve, si no incorporamos la cuestión del goce, no podemos entender cada fantasmática. Un goce vecino de ideales, de prejuicios, de normas: es decir, de cultura. No hay goce fuera del campo del lenguaje.
¿Qué
autoriza a un analista?
Justamente por lo que decíamos antes; un analista se autoriza a sí
mismo; no lo autoriza ni un certificado enmarcado ni una
decena de cursos de postgrados. Esto independientemente de la ley de cada Estado que obviamente sí maneja el concepto de Salud Pública y reglamenta su accionar. Pero debemos recordar de entrada que muchos analistas son filósofos, matemáticos o sociólogos. Ahora: esta autorización es ante otros, ante
colegas. Yo no estoy de acuerdo con el pase (que sí creo era una salida en la época que Lacan lo instituye); pero sí con la transmisión y la
formación permanente. Si un escritor lleva su obra a un ingeniero o un
ingeniero lleva su proyecto a un médico o un médico lleva sus papers a un artista plástico; eso no
puede autorizarlo; es como llevarlos a un amigo. Los actores que recién comienzan su travesía
suelen invitar a amigos y familiares a las obras: es una manera de autorizarse,
pero no es todo; falta que los colegas los reconozcan. La autorización tiene que ver con el propio
deseo: hay colegas –o actores o artistas plásticos- que comenzaron a
“exponerse” antes de terminar la universidad. Eso es el deseo. Pero el deseo
sin una ética concomitante puede llevar a un goce autista -a una mera infatuación-; por lo tanto
exponerse, mostrarse, es un comienzo: pero siempre es necesario el colega, el
par, que avale.
El analista de control funciona, más allá de todo pase, como un aval muy
importante en nuestra praxis. Si un
artista plástico muestra sus obras a sus amigos y se cree la opinión de ellos,
puede engordar su vanidad: no está mal para empezar porque algo tenemos que creérnosla (aunque siempre sería bueno
un amigo crítico que uno benevolente); pero un artista plástico deberá
enfrentarse en algún momento con otro par para que pueda reconocer-se. Por
supuesto que la formación (y la cadena de formadores) influye: no es lo mismo
haberse formado con Freud que con Juan de los Palotes, es algo obvio; pero
después también está el caso por caso: como digo siempre, Lacan se analizó con
Lowenstein (que incluso dicen que dijo que Lacan era inanalizable) y la hija de
Freud se analizó con Freud; pero ni Anna ni Lowenstein llegaron a la
genialidad de estos dos.
¿Es posible
el análisis del psicótico?
Depende a qué llamemos “análisis”.
Un psicótico es obvio, y lo digo de entrada, es un sujeto. Y por lo
tanto es un sujeto del lenguaje, del deseo, de la demanda. Es un sujeto que forcluye y que reprime al igual que un neurótico. Todavía -como digo a veces- no entiendo cómo hay colegas que no comprenden que si un psicótico no reprimiese directamente no hablaría ni nos prestaría dos minutos de atención. Que no lo entienda un psiquiatra -por su formación- o un estudiante un poco alienado al discurso universitario, es entendible; pero de colegas que dicen haber hecho su travesía por Lacan, no lo comprendo. Y un psicótico hace
transferencia, sobre todo imaginaria. Pero si entendemos por análisis un
recorrido fantasmático vía asociación libre como se entiende en la neurosis,
eso no es factible. El fantasma del psicótico (porque el psicótico tiene
fantasma y reprime como todo hijo de vecino) está ligado a otro avatar, a otro
recorrido en las tres identificaciones, que el neurótico no. Por lo tanto es
distinto el abordaje clínico.
Ahora: si
nos referimos al análisis como un dispositivo que soporta la angustia y trabaja
con el goce; el psicótico se angustia al igual que el neurótico y también tiene
un goce que lo perturba, por lo tanto está en análisis. El problema de esto es controvertido porque
plantea un “fin de análisis” y otros menesteres anexos, pero voy por la
autopista: modificar el goce de un sujeto (neurótico o psicótico) es casi una
utopía. Lo que se intenta en un tratamiento es que el goce sea menos mortífero;
que el goce esté acompañado de una ética del deseo. Que el goce tenga saldo positivo. Esto no es sin castración.
En el caso de la psicosis, el sujeto está
mucho más vulnerable a aceptar la Ley. Por lo tanto el goce impacta, hiere, de
modo más punzante y permanente. Pero
también en la neurosis podemos enfrentarnos a esto: un sujeto no puede dejar de
beber o de comer; un sujeto no puede dejar de perder millones en los casinos;
un sujeto no puede dejar de enfrentarse con partenaires que le causan
problemas, disgustos, etc. Bien: no sólo en la psicosis el goce empuja y rebasa
al sujeto. De todos modos quiero decir
algo más: nosotros, al menos yo y los analistas con los cuales he supervisado y
con los cuales me identifico, no ponemos demasiado énfasis en el diagnóstico de
estructura. Porque eso sería volver al manual, a la psiquiatría, y olvidarnos
del padecimiento, del dolor, de la sideración –como decía Artaud- de nuestro
espíritu. Ya sabemos que lo que se supervisa es el real del analista en la transferencia con el analizante. Las estructuras pueden ser una brújula, cierto: pero el síntoma es el dominante conjuntamente con el goce que apuntala la pulsión.
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m.a. pérez
Dic / 2013
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Dic / 2013
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