Objeto Falta / Mirada / Técnica Trompe-l'oeil / El pintor y Lacan.
Hoy
tengo que responder al reto que entraña el haber elegido justamente el terreno
en que el objeto a es más evanescente en su función de simbolizar la falta
central del deseo, siempre puntualizada por mí, de manera unívoca, mediante el
algoritmo: -φ.
(…)
Para empezar, es preciso que insista en lo
siguiente -en el campo escópico la mirada esté afuera, soy mirado, es decir,
soy cuadro. Esta función se encuentra en lo más íntimo de la institución del
sujeto en lo visible. En lo visible, la mirada que esté afuera me determina
intrínsecamente. Por la mirada entro en la luz, y de la mirada recibo su
efecto. De ello resulta que la mirada es el instrumento por el cual se encarna
la luz y por el cual -si me permiten utilizar una palabra, como lo suelo hacer,
descomponiéndola soy foto-grafiado.
No se trata aquí del problema filosófico de
la representación. Desde dicha perspectiva, en presencia de la representación
estoy seguro de mí mismo, en tanto estoy seguro de que, en suma, sé un rato
largo. Estoy seguro de mi como conciencia que sabe que se trata tan sólo de
representaciones y que más allá está la cosa, la cosa en sí. Por ejemplo,
detrás del fenómeno, el nóumeno. El asunto no está en mis manos, puesto que mis
categorías trascendentales, como dice Kant, obran como les viene en gana y me
obligan a tomar la cosa a su antojo. Además, en el fondo, está muy bien que sea
así: todo se resuelve felizmente.
Para nosotros, las cosas no se barajan en
esta dialéctica entre la superficie y lo que está más allá. Nosotros partimos
del hecho de que, ya en la naturaleza, algo instaura una fractura, una
bipartición, una esquizia del ser a la cual éste se adecua.
A diferencia de la
percepción, en un cuadro, en efecto, siempre podemos notar una ausencia. La del
campo central donde el poder separativo del ojo se ejerce al máximo en la
visión. En todo cuadro, sólo puede estar ausente y reemplazado por un agujero –reflejo
de la pupila, en suma, detrás de la cual está la mirada. Por consiguiente, y en
la medida en que establece una relación con el deseo, en el cuadro siempre está
marcado el lugar de una pantalla central, por lo cual, ante el cuadro, estoy
elidido como sujeto del plano geometral.
Por eso, el cuadro
no actúa en el campo de la representación. Su fin y su efecto son otros. En el
campo escópico, todo se articula entre dos términos que funcionan, de manera antinómica
-del lado de las cosas está la mirada, es decir, las cosas me miran, y yo no obstante,
las veo. Hay que entender en este sentido las palabras remachadas en el Evangelio
-Tienen ojos para no ver. ¿Para no ver qué? -que las cosas los miran, precisamente.
Debido a esto introduje la pintura en nuestro campo de exploración por el
resquicio que nos abría Roger Caillois -la vez pasada, todo el mundo se dio
cuenta que tuve un lapsus y lo llamé René, sabe Dios por qué -cuando señala que
el mimetismo es sin duda el equivalente de la función que, en el hombre, se
ejerce mediante la pintura.
No se trata de que
aprovechemos la ocasión para hacer un psicoanálisis del pintor, empresa
resbaladiza, escabrosa, y que provoca siempre en el oyente una reacción de pudor.
Tampoco se trata de crítica de pintura, aunque alguien que me es allegado, y
cuyas apreciaciones son muy importantes para mí, me dijo haberse sentido
incómodo de que emprendiera algo de esta índole. Ese es el peligro, desde
luego, e intentaré evitar la confusión. Si consideramos todas las modulaciones
impuestas a la pintura por las variaciones de la estructura subjetivante a
través del tiempo, es evidente que ninguna fórmula permite reunir esos
propósitos, esas artimañas, esos trucos tan infinitamente diversos. La vez
pasada, por cierto, vieron muy bien que después de haber formulado que la
pintura tiene algo de doma-mirada, esto es, que el que mira una pintura siempre
se ve obligado a deponer la mirada, hice de inmediato una salvedad, la del
expresionismo que se sitúa, empero, como un llamado muy directo a la mirada.
Para los que puedan estar indecisos, encarno que quiero decir -pienso en la
pintura de un Münch, de un James Ensor, de un Kubin, o también en esa pintura
que, curiosamente, podríamos situar de manera geográfica diciendo que tiene
sitiada a la pintura que hoy en día se concentra en París.
¿Cuándo se forzarán los límites de este
sitio? -si he de creer al pintor André Masson, con quien conversaba hace poco
sobre esto, ésta es la pregunta más actual. Pues bien, dar referencias como
éstas no significa entrar en el juego histórico, movedizo, de la crítica, que intenta
comprender cuál es la función de la pintura en un momento dado, en tal autor o
en tal época. Por mi parte, trato de situarme en el principio radical de la
función de este arte.
Recalco primero que por tomar la pintura como
punto de partida Merleau-Ponty se ve Ilevado a invertir la relación que, desde
siempre, había establecido el pensamiento entre el ojo y la mente. El supo ver, admirablemente, que
la función del pintor es algo muy distinto de la organización del campo de la
representación, en la que el filósofo nos mantenía en nuestro status de sujeto,
y lo hizo partiendo de lo que llama con el propio Cézanne, los toquecitos de
azul, de marrón, de blanco, las pinceladas que llueven del pincel del pintor.
¿Qué es eso? ¿Qué determina? ¿Cómo determina
algo? Eso ya da forma y encarnación del campo donde el psicoanalista se ha
adentrado siguiendo a Freud, con una audacia extraordinaria en el caso de Freud,
que se convierte pronto en imprudencia en quienes le siguen, de Merleau-Ponty
se ve llevado a invertir la relación que, desde siempre, había establecido el
pensamiento entre el ojo y la mente.
Con infinito respeto, Freud siempre recalcó
que no pretendía dilucidar qué proporciona su verdadero valor a la creación artística. En
lo que se refiere tanto a los pintores como a los poetas, hay una línea en la
que su apreciación se detiene. No puede decir, no sabe, en qué estriba para
todos, para quienes miran o escuchan, el valor de la creación artística. No
obstante, cuando estudia a Leonardo, digámoslo sorprendente, intenta encontrar
la función que desempeñó en su creación su fantasma original con esas dos
madres que ve representadas, en el cuadro del Louvre o en el esbozo de Londres
por ese cuerpo doble, que se empalma en la cintura, y que parece brotar de una
amalgama de piernas en la base. ¿Es ésa la vía que hemos de seguir? ¿O estará
el principio de la creación artística en el hecho de que ésta extrae –recuerden
cómo traduzco Vorstellungsrepräsentanz-
ese algo que hace las veces de representación?¿ A eso les conduzco
distinguiendo el cuadro de la representación?
De ningún modo salvo en muy escasas obras, en
una pintura que emerge algunas veces, pintura onírica, rarísima, y apenas
situable en la función de la pintura. Por cierto, tal vez sea éste el límite
donde podríamos situar el llamado arte psicopatológico. Lo que es creación del
pintor está estructurado de un modo muy diferente. Quizá ahora, en la medida,
precisamente, en que restauramos el punto de vista de la estructura en la relación
libidinal, podemos someter lo que está en juego en la creación artística a una interrogación
fructífera -nuestros nuevos algoritmos nos permiten articular mejor una respuesta.
Para nosotros, se trata de la creación tal como Freud la designa, o sea, como sublimación,
y del valor que adquiere en un campo social. De una manera vaga y precisa, a la
vez, y que sólo concierne al éxito de la obra, Freud formula que si una
creación del deseo, pura a nivel del pintor, adquiere valor comercial -gratificación
que, al fin y al cabo, podemos calificar de secundaria es porque su efecto es provechoso
en algo para la sociedad, provechoso para esa dimensión de la sociedad en que
hace mella. Aún dentro de la vaguedad, digamos que la obra procura sosiego, que
reconforta a la gente, mostrándoles que algunos pueden vivir de la explotación
de su deseo. Pero para que procure a la gente tanta satisfacción, tiene
necesariamente que estar presente también otra incidencia -que procure algún
sosiego a su deseo de contemplar. Es algo que eleva el espíritu, como dicen, o
sea, que incita a la gente al renunciamiento. ¿No ven que aquí asoma algo de
esa función de doma-mirada, como la llamé?
El doma-mirada, como dije la vez pasada,
también se presenta bajo el aspecto del trompe-l'oeil. Con lo cual doy la
impresión de ir en sentido contrario al de la tradición, que sitúa su función
como muy distinta de la de la pintura. No tuve, empero, reparos en señalar, la
vez pasada, la ambigüedad de dos niveles en la oposición de las obras de Zeuxis
y Parrhasios, el nivel de la función natural del señuelo y el del trompe-l'oeil.
Si la superficie en donde Zeuxis había
trazado sus pinceladas atrajo a unos pájaros que confundieron el cuadro con
uvas que podían picotear, obsérvese empero, que semejante éxito no implica para
nada que las uvas estuviesen admirablemente reproducidas, como lo están las de
la canasta del Baco del Caravaggio, en los Uffizi. De haber sido así, es poco probable
que hubiesen engañado a los pájaros - ¿por qué habrían estos de ver uvas en ese
ejercicio de virtuosismo? Ha de haber algo más reducido, más próximo al signo,
en lo que para unos pájaros puede constituir una uva de presa. Pero el ejemplo
opuesto de Parrhasios nos hace ver claramente que cuando se quiere engañar a un
hombre se le presenta la pintura de un velo, esto es, de algo más allá de lo
cual pide ver.
Con esto, el apólogo nos muestra por qué
Platón protesta contra la ilusión de la pintura. El asunto no estriba en que la pintura dé un
equivalente ilusorio del objeto, aunque aparentemente Platón pueda expresarse
así. Estriba en que el trompe-l'oeil de la pintura da como
otra cosa que lo que es.
¿Qué nos seduce y nos satisface en el trompe-l'oeil?
¿Cuándo nos cautiva, nos regocija? Cuando con un simple desplazamiento de la
mirada, podemos darnos cuenta de que la representación no se desplaza con ella
que no es más que trompe-l'oeil. Pues en ese momento aparece como otra cosa que
lo que se daba, o más bien, se da ahora como siendo esa otra cosa. El cuadro no
rivaliza con la apariencia, rivaliza con lo que Platón, más allá de la
apariencia, designa como la Idea. Porque el cuadro es esa apariencia que dice
ser lo que da la apariencia. Platón se subleva contra la pintura como contra
una actividad rival de la suya. Esa otra
cosa es el a minúscula, a cuyo alrededor se libra un combate cuya alma es
el trompe-l'oeil.
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Jacques Lacan
Seminario XI: Extracto
de la clase 9 del 11 de Marzo de 1964
¿Qué
es un cuadro?
ARTE:
Alfred Kubin
André Masson
James Ensor