Goce versus Deseo: de la pérdida malograda a la pérdida exitosa.
El analista dirige la cura, tiene que saber lo que hace,
pero no dirige la vida. Se trata de una experiencia que, si funciona, no es sin
consecuencias. Y que sea con consecuencias quiere decir que lleva al sujeto
analizante doblemente: modifica su relato, dirá lo mismo de otro modo, y
modifica su economía. No estoy diciendo que va a ganar más plata, quiero decir
su economía libidinal. Va a haber cambios en la distribución de los goces.
(…)
Ahí se va a jugar como motor esencial del análisis, lo que
Lacan llamó el deseo del analista. Y es una invitación –ahí vamos en sentido
contrario a cualquier suplemento económico- a un avance en las pérdidas. “Usted,
si se anima, va a lograr exitosas pérdidas.” Un ejemplo clínico: me dice un
analizante que ha pasado ya sus cuarenta años, estimulado por cuestiones que
recorrió en el análisis y con mucho dolor en el alma, que le compró a su hijo
una campera –porque se iba con los hijos a esquiar-. “¡Lo que me costó!” Lo decía
no muy contento. “¿Se da cuenta de lo que me està costando este análisis?” Y le
digo: “Sí, le costó dinero. ¿Y ganó algo?”. Porque se quejaba de que su hijo no
le respetaba, que cuando precisaba dirigirse a un padre, se dirigía al marido
de la exmujer. Deuda simbólica. Si la reconoce lo obliga a una pérdida de goce
que obtiene una ganancia. Este mismo señor se caracterizaba porque era un
adicto al juego. Se podría objetar: “¿Para qué lo molestaste si èl era feliz
con eso?”. Porque, precisamente, no era tan feliz, era neurótico, se daba
cuenta que le significaba degradar relaciones que no le eran indiferentes. Por
ejemplo, sufría por el lugar humillado que tenía ante sus hijos. Pues bien, ha
ido suspendiendo gradualmente ese goce que obtenía en el juego. Y ustedes me
dirán: “Pero ¿qué? ¿Ahora desde el psicoanálisis vamos con cuestiones morales?
¿No se puede jugar?”- Desde ya que no se trata de una cuestión moral ni que yo
tenga un decálogo de qué juego es bueno y de qué juego es malo. Es el sujeto el
que en su discurso dijo que ese juego lo había apartado de su deseo: le había
impedido ocuparse de sus hijos, cosa que él deseba; también lo había frenado en
sus proyectos. Persistencia de un goce, se interponía entre el sujeto y su
deseo. Pérdida exitosa de un goce, lleva también a otra pérdida, contraria a la
certeza que proponían Descartes y Bacon y a observar el mundo desde un
imaginario de otra consistencia.
Otro ejemplo, de la cultura, en el humor. Recuerdo una
historieta de un amigo, Fontanarrosa. Está Inodoro Pereyra, como de costumbre,
tomando mate con su inseparable amigo, el perro Mendieta. Llega un señor muy
bien vestido, de porte imponente, que le dice: “¿Cómo le va, amigo Pereyra?
Vengo a pedirle su voto.” Era un político.
Pereyra no le responde, le insiste: “¿Sabe quién soy? Soy el hijo del Dr.
Arroyo”. “Entonces me pongo de pie”, dice Pereyra. El señor Arroyo le contesta:
“No sabía que le tenía tanto respeto a mi padre”. “No, es que su padre era médico
y me hace acordar cuando me operó del forúnculo, estuve dos meses sin poderme
sentar, tuve que ordeñar a la vaca poniéndola boca arriba.” “¿Y en qué anda,
amigo Pereyra? ¿Cómo se siente?” “Mal, pero acostumbrao”. “¿Pero tiene algún
proyecto?”. “Sí, voy a poner un observatorio gastronómico”. “No, amigo Pereyra,
usted querrá decir un observatorio astronómico.” “No, gastronómico, para ver
cómo comen los pudientes.”
Los senderos del humor descolocan al pudiente y realizan al
sujeto.
Isidoro
Vegh
Senderos del análisis
Progresiones y regresiones
Capítulo
1: El análisis como experiencia.
Paidós,
Bs. As., 2013.