Platón / Banquete / Poros / Penia / Sócrates & Diotima
Confesé a Diotima, que decía verdad.
—No
afirmes, pues, replicó ella, que todo lo que no es bello es
necesariamente feo, y que todo lo que no es bueno es
necesariamente malo. Y por haber reconocido que el Amor no es ni bueno
ni bello, no vayas a creer que necesariamente es feo y malo, sino que
ocupa un término medio entre estas cosas contrarias.
—Sin embargo, repliqué yo, todo el mundo está acorde en decir que el Amor es un gran dios.
—¿Qué entiendes tú, Sócrates, por todo el mundo? ¿Son los sabios o los ignorantes?
—Entiendo todo el mundo sin excepción.
—¿Cómo, replicó ella sonriéndose, podría pasar por un gran dios para todos aquellos que ni aun por dios le reconocen?
—¿Cuáles, la dije, pueden ser esos?
—Tú y yo, respondió ella.
—¿Cómo puedes probármelo?
—No
es difícil. Respóndeme. ¿No dices que todos los dioses son bellos y
dichosos? ¿O te atreverías a sostener que hay uno que no sea ni dichoso
ni bello?
—¡No, por Júpiter!
—¿No llamas dichosos a aquellos que poseen cosas bellas y buenas?
—Seguramente.
—Pero estás conforme en que el Amor desea las cosas bellas y buenas, y que el deseo es una señal de privación.
—En efecto, estoy conforme en eso.
—¿Cómo entonces, repuso Diotima, es posible que el Amor sea un dios, estando privado de lo que es bello y bueno?
—Eso, a lo que parece, no puede ser en manera alguna.
—¿No ves, por consiguiente, que también tú piensas que el Amor no es un dios?
—¡Pero qué!, la respondí, ¿es que el Amor es mortal?
—De ninguna, manera.
—Es, como dije antes, una cosa intermedia entre lo mortal y lo inmortal.
—¿Pero qué es por último?
—Un gran demonio, Sócrates; porque todo demonio ocupa un lugar intermedio entre los dioses y los hombres.
—¿Cuál es, la dije, la función propia de un demonio?
—La
de ser intérprete y medianero entre los dioses y los hombres; llevar al
cielo las súplicas y los sacrificios de estos últimos, y comunicar a
los hombres las órdenes de los dioses y la remuneración de los
sacrificios que les han ofrecido. Los demonios llenan el intervalo que
separa el cielo de la tierra; son el lazo que une al gran todo. De ellos
procede toda la esencia adivinatoria y el arte de los sacerdotes con
relación a los sacrificios, a los misterios, a los encantamientos, a las
profecías y a la magia. La naturaleza divina como no entra nunca en
comunicación directa con el hombre, se vale de los demonios para
relacionarse y conversar con los hombres, ya durante la vigilia, ya
durante el sueño. El que es sabio en todas estas cosas es demoníaco;
y el que es hábil en todo lo demás, en las artes y oficios, es un
simple operario. Los demonios son muchos y de muchas clases, y el Amor
es uno de ellos.
—¿A qué padres debe su nacimiento? pregunté a Diotima.
—Voy a decírtelo, respondió ella, aunque la historia es larga.
Cuando el nacimiento de Venus, hubo entre los dioses un gran festín, en el que se encontraba, entre otros, Poros hijo de Metis. Después de la comida, Penia se
puso a la puerta, para mendigar algunos desperdicios. En este
momento, Poros, embriagado con el néctar (porque aún no se hacia uso del
vino), salió de la sala, y entró en el jardín de Júpiter, donde el
sueño no tardó en cerrar sus cargados ojos. entonces, Penia, estrechada
por su estado de penuria, se propuso tener un hijo de Poros. fue a
acostarse con él, y se hizo madre del Amor. Por esta razón el Amor se
hizo el compañero y servidor de Venus, porque fue concebido el mismo día
en que ella nació; además de que el Amor ama naturalmente la belleza y
Venus es bella. Y ahora, como hijo de Poros y de Penia, he aquí cuál fue
su herencia. Por una parte es siempre pobre, y lejos de ser bello y
delicado, como se cree generalmente, es flaco, desaseado, sin calzado,
sin domicilio, sin más lecho que la tierra, sin tener con qué cubrirse,
durmiendo a la luna, junto a las puertas o en las calles; en fin, lo
mismo que su madre, está siempre peleando con la miseria. Pero, por otra
parte, según el natural de su padre, siempre está a la pista de lo que
es bello y bueno, es varonil, atrevido, perseverante, cazador hábil;
ansioso de saber, siempre maquinando algún artificio, aprendiendo con
facilidad, filosofando sin cesar; encantador, mágico, sofista. Por
naturaleza no es ni mortal ni inmortal, pero en un mismo día aparece
floreciente y lleno de vida, mientras está, en la abundancia, y después
se extingue para volver a revivir, a causa de la naturaleza paterna.
Todo lo que adquiere lo disipa sin cesar, de suerte que nunca es rico ni
pobre. Ocupa un término medio entre la sabiduría y la ignorancia,
porque ningún dios filosofa, ni desea hacerse sabio, puesto que la
sabiduría es aneja a la naturaleza divina, y en general el que es sabio
no filosofa. Lo mismo sucede con los ignorantes; ninguno de ellos
filosofa, ni desea hacerse sabio, porque la ignorancia produce
precisamente el pésimo efecto de persuadir a los que no son bellos, ni
buenos, ni sabios, de que poseen estas cualidades; porque ninguno
desea las cosas de que se cree provisto.
—Pero, Diotima, ¿quiénes son los que filosofan, si no son ni los sabios, ni los ignorantes?
—Hasta
los niños saben, dijo ella, que son los que ocupan un término medio
entre los ignorantes y los sabios, y el Amor es de este número. La
sabiduría es una de las cosas más bellas del mundo, y como el Amor ama
lo que es bello, es preciso concluir que el Amor es amante de la
sabiduría, es decir, filósofo; y como tal se halla en un medio entre el
sabio y el ignorante. A su nacimiento lo debe, porque es hijo de un
padre sabio y rico, y de una madre que no es ni rica ni sabia. Tal es,
mi querido Sócrates, la naturaleza de este demonio. En cuanto a la idea
que tú te formabas, no es extraño que te haya ocurrido, porque creías,
por lo que pude conjeturar en vista de tus palabras, que el Amor es lo
que es amado y no lo que ama. he aquí, a mi parecer, por qué el Amor te
parecía muy bello, porque lo amable es la belleza real, la gracia, la
perfección y el soberano bien. Pero lo que ama es de otra naturaleza
distinta como acabo de explicar.
—Y bien,
sea así, extranjera; razonas muy bien, pero el Amor, siendo como tú
acabas de decir, ¿de qué utilidad es para los hombres?
—Precisamente
eso es, Sócrates, lo que ahora quiero enseñarte. Conocemos la
naturaleza y el origen del Amor; es como tú dices el amor a lo bello.
Pero si alguno nos preguntase: ¿qué es el amor a lo bello, Sócrates y
Diotima, o hablando con mayor claridad, el que ama lo bello a qué
aspira?
—A poseerlo, respondí yo.
—Esta respuesta reclama una nueva pregunta, dijo Diotima; ¿qué le resultará de poseer lo bello?
—Respondí, que no me era posible contestar inmediatamente a esta pregunta
—Pero,
replicó ella, si se cambiase el término, y poniendo lo bueno en lugar
de lo bello te preguntase: Sócrates, el que ama lo bueno, ¿á qué aspira?
—A poseerlo.
Platón
El Banquete o El Simposio
Año 380 aC
ARTE:
Krysthopher
Buenos Aires / Argentina
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