Mujeres / Eduardo Galeano / Raquel Partnoy
San
Juan Crisóstomo decía: "Cuando la primera mujer habló, provocó el
pecado original" y San Ambrosio concluía: "Si a la mujer se le permite
hablar de nuevo, volverá a traer la ruina al hombre".
La iglesia Católica, les prohíbe la palabra.
Los fundamentalistas musulmanes, les mutilan el sexo y les tapan la cara.
Los judíos muy ortodoxos empiezan el día agradeciendo: "Gracias Señor por no haberme hecho mujer".
Saben cocer.
Saben bordar.
Saben sufrir y cocinar.
Hijas obedientes.
Madres abnegadas.
Esposas resignadas.
Durante siglos o milenios ha sido así, aunque de su pasado sabemos poco.
Ecos de voces masculinas. Sombras de otros cuerpos.
Para elogiar a un prócer se dice: "Detrás de todo gran hombre hubo una mujer", reduciendo a la mujer a la triste condición de respaldo de silla.
Hoy voy a contarles, a mi modo y manera, algunas historias de mujeres que no siempre coinciden con éste identikit.
Están allí pintadas las paredes, los techos de las cavernas; alces, bisontes, figuras que vienen de eso que llaman Prehistoria; caballos, fieras, hombres, mujeres que no tienen edad. Fueron pintadas, pintados, hace miles y miles de años, pero nacen de nuevo cada vez que alguien las mira.
La iglesia Católica, les prohíbe la palabra.
Los fundamentalistas musulmanes, les mutilan el sexo y les tapan la cara.
Los judíos muy ortodoxos empiezan el día agradeciendo: "Gracias Señor por no haberme hecho mujer".
Saben cocer.
Saben bordar.
Saben sufrir y cocinar.
Hijas obedientes.
Madres abnegadas.
Esposas resignadas.
Durante siglos o milenios ha sido así, aunque de su pasado sabemos poco.
Ecos de voces masculinas. Sombras de otros cuerpos.
Para elogiar a un prócer se dice: "Detrás de todo gran hombre hubo una mujer", reduciendo a la mujer a la triste condición de respaldo de silla.
Hoy voy a contarles, a mi modo y manera, algunas historias de mujeres que no siempre coinciden con éste identikit.
Están allí pintadas las paredes, los techos de las cavernas; alces, bisontes, figuras que vienen de eso que llaman Prehistoria; caballos, fieras, hombres, mujeres que no tienen edad. Fueron pintadas, pintados, hace miles y miles de años, pero nacen de nuevo cada vez que alguien las mira.
En
el año 1234 la religión católica prohibió que las mujeres cantaran en
las iglesias. Las mujeres, impuras por naturaleza, ensuciaban la música
sagrada que solo podía ser entonada por niños varones o por hombres
castrados. Esta pena de silencio rigió durante siete siglos, siete
siglos y pico, hasta que, con el siglo XX, hace un rato nomás, las
mujeres pudieron cantar en las iglesias solas o en coros. Poco antes de
que se pusiera en marcha esta prohibición contra las hijas de Eva, hubo
una monja llamada Hildegarda, que dirigió un convento a las orillas del
Rin, en una ciudad, Bingen, y que creó la música litúrgica que a mí me
parece la más bella de todas, la que más me llega, la que más
profundamente me llega al último rinconcito del alma. Y esa música fue
escrita, compuesta para ser cantada por mujeres, las monjas de la Abadía
de Bingen que dirigía Hildegarda; y por suerte el tiempo no les borró
las voces, esas voces de ángeles que supieron cantar como nadie a la
gloria del paraíso. Y, Hildegarda no se limitó a componer músicas
maravillosas, que durante siglos fueron traidoramente entonadas por
hombres porque las mujeres no podían cantarlas, sino que además fue una
adelantada de su tiempo, que hace muchos años, ochocientos años, año más
año menos, supo desafiar el monopolio masculino de la fe y convirtió a
su convento en un reducto, en un santuario de la libertad femenina...Y
que supo escribir en sus trances místicos páginas que han perdurado,
donde la mujer ocupa un lugar central, porque Hildegarda decía, y sabía
lo que decía, que: "La sangre de veras sucia no es la sangre de la
menstruación sino la sangre de las guerras".
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EDUARDO GALEANO
Fragmentos de:
Espejo (Una historia casi universal)
Siglo XXI, Buenos Aires, 2008.
ARTE:
Raquel Partnoy
Rosario / Argentina