La lectura del Sueño en Transferencia
Llega un momento en el que todo analizante sueña con su analista. Puede
ser que la supuesta persona del analista ocupe determinado lugar en la trama
onírica manifiesta o bien puede ser que un detalle vincule al analista por la
asociación derivada del análisis del sueño. Un primer sentido de la traducción del sueño hace creer que soñamos con
distintos individuos. En este caso no hay enigma, ya que al soñar con alguien
se cree en verdad estar soñando con otro y nada supone la implicación con ese
otro. Soñar con el analista en esta etapa del análisis, como con cualquier otro
ser hablante no presupone ninguna incógnita, salvo por el mensaje que porta.
Es preciso una primera distancia con el analista para que el analizante
comience a concebir cada detalle del sueño como un universo, donde él mismo
está comprometido, hasta perderse en un ombligo que no por intraducible deja de
ligarlo a su propio cuerpo. En esta etapa cada mensaje de los participantes del sueño comienza a
leerse respondiendo a un código que encierra determinada identificación del
analizante. En esta concepción del análisis de los sueños, cada uno de los
participantes del sueño es responsable de estar planteando algún interrogante o
afirmación donde reside alguna identificación al rasgo que está sustraída del
campo de acción pulsional del sujeto.
El analista es cualquiera en la serie de los partenaires oníricos, con
la diferencia que él debe conocer el por qué se sueña con unos y no con otros.
Se sueña con alguien cuando lo que va ligado a la demanda fracasa. Lo que se
demanda es saber que se supone no poseer. Con esto soñar con el analista
implica anunciar que algo de la demanda ha fracasado y que el sujeto se
encuentra a un paso del momento en que es posible forzar esa demanda en deseo.
El analista es cualquiera en la transferencia, como es cualquiera en el
sueño, uno más que se revela al analizante encarnando una identificación al
rasgo que le pertenece y que constituye la llave para que la pulsión accione el
deseo. En cierta manera, toda demanda de análisis fracasa, donde el analista
queda absorbido en la identificación al rasgo del analizante. Siempre existe
fracaso de la demanda y el silencio que produce hace funcionar la pulsión que
acciona el deseo, a traves de la identificación al rasgo. El fracaso de la demanda desnuda lo más arcaico del objeto. El objeto
como cesible, que J. Lacan describe en el Seminario de la Angustia, es el
resultado de un tiempo mítico donde aún no se ha investido el objeto a, donde
se produce la primer caída del ser enfrentado al significante, donde la imagen
antecede al cuerpo. Ese objeto cesible, creo, hay que ubicarlo como límite primordial entre
el interior y el exterior del psiquismo en la serie objetal que culmina con el
objeto a, sin el que la serie no existe. Sobre el objeto cesible se debe
producir una sustracción para que un imaginario exista como exterioridad
interna. Esa exterioridad interna se expresa en el par moi–otro (a–a’) del
esquema lambda. Ese otro del par imaginario es el partenaire que es el sujeto
de sí mismo con su rasgo capaz de engancharlo a cualquiera.
La sustracción del objeto cesible produce un imaginario donde la
exterioridad interna se hace uno. Si se produce esa sustracción del objeto
cesible, hay una cesión en la incorporación de ese otro extraño al imaginario,
cesión que es motor de la transferencia. Si no se realiza ese paso, lo que es
externo retorna desde lo real y la sustracción se produce no sobre el objeto
sino sobre todo el psiquismo, como dice Schreber cuando se retiran de él los
rayos de Dios.
El dispositivo analítico propone una regla de abstinencia. Esa
abstinencia hace del analista el más extraño de los partenaires del sujeto y en
este sentido se reproduce esa primordial relación a ese otro radicalmente
extraño, que el objeto cesible de la demanda, alguna vez estableció para
sucumbir a la sustracción propia de la represión.
Vale decir que la resistencia del analista, producida por el fracaso de
la demanda al no interpretar lo que la demanda propone por imposible de decir,
manifiesta en el sueño las coordenadas del lugar primordial de lo que fue
sustraído en la represión. Por consiguiente la resistencia nos ubica frente a
la raíz de la relación de objeto, donde se constata la identificación al rasgo
que el analista para el analizante encarna como cualquiera. La resistencia del analista nos lleva del rasgo unario, al objeto del
fantasma, La repetición en la resistencia nos permitirá observar en el
dispositivo la variable en la característica del rasgo, pero va a ser siempre
igual aquello de la sustracción que hizo a ese sujeto con un imaginario
desdoblado entre el moi y el otro. El objeto a será siempre el mismo en cuanto repetición, el $ será una
variable de deseo, en la multiplicidad con el semejante producida por la
función rasgo unario.
Un ejemplo: un analizante llega a sesión diciendo que ha soñado conmigo,
pero que en el sueño no hay nada que adivinar, ya que es tan claro que él me
puede decir la interpretación por lo obvio. El soñó que estaba durmiendo y que
se despertaba para anotar un sueño con la intención de llevarlo a sesión. En
ese sueño dentro del sueño, él cruzaba la calle desde su casa hasta una casa
vecina, para encontrarse con una mujer con la que mantenía una escena amorosa,
para después ir hasta una oficina donde le ofrecían un trabajo que no aceptaba.
El decía que no había nada que adivinar porque en efecto tenía toda la
intención de acercarse a esa mujer y además pensaba rechazar un trabajo que no
le convenía. Pero falta un detalle: su madre es adivina, tira el tarot y se
vale del ocultismo no solo como trabajo sino también como medio para prevenir
del futuro a su hijo, No viven juntos desde hace años, pero este hecho sin
embargo no inhibe el llamado diario con el consecuente pronóstico. Sucede que la demanda de este paciente circulaba antes del sueño y antes
de que supiera del ocultismo materno por una serie de preguntas: "cómo crees que me va a ir en el
examen? ", "cuanto tiempo
más me va seguir doliendo el estomago?", "me conviene este
trabajo?". Sin dejarme llevar por el aprieto en el que me colocaba la
exigencia de su angustia y contestando la nada que la abstinencia recomienda,
igual quedo atrapado en la madre y su adivinanza ya que la palabra nada está
contenida en la frase que me devuelve más tarde el sueño: nada que adivinar.
En la frase "no hay nada que adivinar", se revela también una
suerte de goce por parte del paciente. Es como si hubiera dicho: "no te
necesito para que interpretes mis sueños". Mientras tanto la
interpretación corrió por el lado de la necesidad del paciente en adoptar
alguna medida contra la adivinanza materna: "no hay nada que adivinar
mamá". No hay nada que adivinar adquiere ahora otro sentido, justo cuando
él se burla de mi falta de saber y cuando su demanda ha fracasado para generar
el sueño.
Ese goce que cae sobre el partenaire analista que es producto del
fracaso de la demanda que exige saber como prueba de amor y que será necesario
suspender a lo largo de la cura analítica, es un ejemplo de lo que entiendo
como goce del Otro. El goce del Otro existe mediatizado por la palabra de amor
pero de él no puede decirse nada porque fracasa cuando se pretende encerrarlo
en un cuerpo. Se puede gozar más allá del cuerpo como propone el goce fálico
haciendo uso de la palabra, pero si se pretende que coincidan campo de la
palabra y cuerpo nos encontramos con lo imposible: eso no existe, el goce del
Otro no existe. El goce resultante del fracaso de la demanda es del Otro porque
no existe palabra que lo haga consistir como obstáculo. Muchas veces un otro
nos dice que uno lo está gozando, sin que encontremos el menor rastro de
haberlo provocado. El analista como partenaire cambia el "me estás
gozando" por interpretación justo donde se produce el fracaso de la
demanda.
En esta perspectiva no hay sueño válido que nos asegure la caída de la
transferencia, ya que el sueño solo revela el fracaso de la demanda y no puede
mostrar la suspensión del goce del Otro. Siempre habrá entonces partenaire con
quien soñar y descubrir donde nos conduce el rasgo en el sentido del deseo.
El sueño es como el goce fálico que siempre deja un vacío a su
encuentro, posibilitando el relanzamiento del deseo. El goce fálico como el
sueño no tendrían por qué inmutarse por la caída de la transferencia: siempre
se van a presentar como obstáculo. En cambio la suspensión del goce de ese Otro
que es la demanda como fracaso de ser en el lenguaje, sí marca una posición
compatible con la caída de la transferencia. Pero con esto no se sueña sino que
se hace acto.
Con esto creo poder afirmar que el sueño no es ninguna garantía de lo
que en realidad se escribe. Del sueño se hace escritura dependiendo esa escritura
de quien lo lea. Pero no se lee siempre igual y el curso de un análisis así lo
demuestra. Es necesario un retorno al análisis de los sueños como enigma que lleva
a una escritura de lo primordial de la demanda para poner en suspenso ese goce
que la sostiene como Otro oracular.
Daniel Paola
Sueños en Transferencia
Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis
Rosario / 1999.
ARTE:
Anne Julie Aubry