La Demanda y el Padre








Se concibe mejor en nuestra deducción que haya habido que interrogarse sobre la función que sostiene al sujeto del inconsciente, al observar que es difícil designarlo en ninguna parte como sujeto de un enunciado, por consiguiente como articulándolo, cuando no sabe ni siquiera que habla. De donde el concepto de la pulsión donde se le designa por una ubicación orgánica, oral, anal, etc., que satisface esa exigencia de estar tanto más lejos del hablar cuanto más habla.

Pero si nuestra gráfica completa nos permite situar a la pulsión como tesoro de los significantes, su notación como (S^D) mantiene su estructura ligándola a la dicronía. Es lo que adviene de la demanda cuando el sujeto se desvanece en ella.

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Interesa más a los filósofos captar la pertinencia de esta fórmula en el neurótico, justamente porque él la falsea. El neurótico, en efecto -histérico, obsesivo o más radicalmente fóbico- es aquel que identifica la falta del Otro con su demanda, F con D. Resulta de ello que la demanda del Otro toma función de objeto en su fantasma, es decir que su fantasma (nuestras fórmulas permiten saberlo inmediatamente) se reduce a la pulsión: (S^D). Por eso el catálogo de las pulsiones ha podido establecerse en el neurótico. Pero esta preeminencia dada por el neurótico a la demanda, que para un análisis que cae en la facilidad ha hecho deslizarse a toda la cura hacia el manejo de la frustración, oculta su angustia del deseo del Otro, imposible de desconocer cuando sólo está cubierta por el objeto fóbico, más difícil de comprender para los otros dos neuróticos, cuando no se tiene el hilo que permite establecer la fantasía como deseo del Otro. Se encuentran entonces sus dos términos como hendidos: uno en el obsesivo en la medida en que niega el deseo del Otro al formar su fantasma acentuando lo imposible del desvanecimiento del sujeto, el otro en el histérico en la medida en que el deseo sólo se mantiene por la insatisfacción que aporta allí escabulléndose como objeto.

Estos rasgos se confirman por la necesidad, fundamental, que tiene el obsesivo de presentarse como aval del Otro, así como por el lado de No-Fe de la intriga histérica. De hecho la imagen del Padre ideal es una fantasía de neurótico. Más allá de la Madre, Otro real de la demanda que se quisiera que calmase el deseo (es decir su deseo), se perfila la imagen de un padre que cerrase los ojos sobre los deseos. Con lo cual queda marcada, más aun que revelada, la verdadera función del Padre que en el fondo es la de unir (y no la de oponer) un deseo a la ley. 

El Padre deseado por el neurótico es claramente, como se ve, el Padre muerto. Pero igualmente un Padre que fuese perfectamente dueño de su deseo, lo cual valdría otro tanto para el sujeto. Se ve aquí uno de los escollos que debe evitar el analista, y el principio de la transferencia en lo que tiene de interminable. Por eso una vacilación calculada de la "neutralidad" del analista puede valer para una histérica más que todas las interpretaciones, a riesgo del alocamiento que puede resultar de ello. Claro que a condición de que ese alocamiento no acarree la ruptura y de que el desarrollo ulterior convenza al sujeto de que el deseo del analista no entraba para nada en el asunto. Esta observación no es por supuesto un consejo técnico, sino un punto de vista abierto sobre la cuestión del deseo del analista para aquellos que no podrían de otro modo tener idea de él: cómo debe preservar el analista para el otro la dimensión imaginaria de su no dominio, de su necesaria imperfección, es algo que resulta tan importante regular como la consolidación en él voluntaria de su nesciencia en cuanto a cada sujeto que viene a él en análisis, de su ignorancia siempre nueva para que ninguno sea un caso. 

Para volver a la fantasía, digamos que el perverso se imagina ser el Otro para asegurar su goce, y que esto es lo que revela el neurótico imaginando ser un perverso: él para asegurarse del Otro.

Jacques Lacan
Subversión del sujeto y dialéctica del deseo
en el inconsciente freudiano
Congreso de Royaumont
Septiembre de 1960.

ARTE:
Vero Scherini
La Casa / Ardi



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