El Discurso Amoroso
El lenguaje es una piel. Yo froto mi
lenguaje contra el otro. Mi lenguaje tiembla de deseo. La emoción
proviene de un doble contacto: por una parte, toda una actividad
discursiva viene a realzar discretamente, indirectamente, un
significado único, que es “yo te deseo”, y lo libera, lo alimenta, lo
ramifica, lo hace estallar (el lenguaje goza tocándose a sí mismo); por
otra parte, envuelvo al otro en mis palabras, lo acaricio, lo mimo,
converso acerca de estos mimos, me desvivo por hacer durar el
comentario al que someto la relación.
Hablar amorosamente es desvivirse sin término, sin crisis; es practicar una relación sin orgasmo. Existe tal vez una forma literaria de este coitus reservatus: el galanteo. La pulsión del comentario se desplaza, sigue la vía de las sustituciones. En principio, discurro sobre la relación para el otro; pero también puede ser ante el confidente: de tú paso a él. Y después, de él paso a uno: elaboro un discurso abstracto sobre al amor, una filosofía de la cosa, que no sería pues, en suma, más que una palabrería generalizada. Retomando desde allí el camino inverso, se podrá decir que todo propósito que tiene por objeto al amor implica fatalmente una alocución secreta.
(...)
Cuando imagino suicidarme por una
llamada telefónica que no llega, se produce una obscenidad tan grande
como cuando, en Sade, el papa sodomiza a un pavo. Pero la obscenidad
sentimental es menos extraña, y eso es lo que la hace más abyecta; nada
puede superar el inconveniente de un sujeto que se hunde porque su otro
adopta un aire ausente, mientras existen todavía tantos hombres en el
mundo que mueren de hambre, mientras tantos pueblos luchan duramente
por su liberación...
Roland Barthes
Fragmentos de un discurso amaroso
1977 / Siglo XXI, 1982.