Absolución
La música es el arte de Dios.
¡Ya cuando tenía diez años un conjunto de notas perfectas me
hacía sentir vértigo hasta casi desmayarme! A los doce tarareaba entre dientes
mis arias y antífonas al Señor. Mi único deseo era unirme a todos los compositores
que han cantado la gloria de Dios a través del largo pasado italiano... Todos
los domingos le veía en la iglesia, pintado sobre una pared desconchada. No me
refiero a Cristo. Los Cristos de Lombardía son bobos de sonrisa tonta que
sostienen corderitos en los brazos. No. Yo me refiero a un viejo Dios con una
túnica de color púrpura, ennegrecido por el humo de las velas, que miraba descaradamente
al mundo con ojos de negociante. Los comerciantes le habían puesto allí arriba.
Aquellos ojos de Dios hacían tratos verdaderos e irrevocables. "¡Tú me das
eso, yo te doy esto! ¡Ni más, ni menos!"
Una noche fui a verle e hice un trato con Èl. Yo era un sensato
muchacho de dieciséis años, con un desesperado sentido de la rectitud. Me
arrodillé ante el Dios de los Tratos y recé con toda mi alma.
(Se arrodilla. Las luces de la sala bajan lentamente.)
"Signore, ¡déjame ser compositor! ¡Haz que sea un
compositor famoso! A cambio, viviré en la virtud, seré casto. Me esforzaré por
mejorar el destino de mis hermanos ¡Y te honraré con mi música todos los días
de mi vida!" Mientras decía Amén, vi que sus ojos relampagueaban. Y me
decían:
(Como si fuese Dios.)
"Bene. Adelante, Antonio. Sírveme; a mí y a la
humanidad, y serás bendecido"... "¡Grazie!", respondí.
"¡Soy tu siervo para el resto de mi vida!"
(Vuelve a levantarse.)
Al día siguiente, como caído del cielo, un amigo de la familia
apareció repentinamente. Me llevó a Viena y pagó mis estudios de música.
Poco tiempo después conocí al Emperador de Austria, que me
protegió. ¡Evidentemente, mi pacto con Dios había sido aceptado!.
El mismo año en que yo abandoné Italia, un joven prodigio
estaba recorriendo Europa. Un maravilloso virtuoso de diez años: Wolfgang
Amadeus Mozart.
(Pausa. Sonríe con complicidad al público. Pausa.)
Y ahora, ¡graciosas damas!, ¡corteses caballeros!, vais a
asistir —por una sola representación— a mi última composición titulada La
Muerte de Mozart
o "¿Lo hice yo?"... Dedicada a la Posteridad en
esta última noche de mi vida.
(…)
¡Bien, amigos, ahora lo sabrán todos con certeza! Conocerán
mi horrible muerte y creerán la mentira para siempre. Desde hoy, siempre que
los hombres pronuncien el nombre de MOZART con amor, pronunciarán el mío
con odio. A medida que su nombre crezca en el mundo también crecerá el mío—-si
no en fama, en infamia—. Voy a ser inmortal al fin y al cabo. ¡Y Dios no tiene
poder para evitarlo!
(Se ríe ásperamente.)
¡Ved ahora si es posible burlarse del hombre!
(Saca una navaja de afeitar del bolsillo. Se levanta, la
abre y se dirige al público del modo más sencillo, amable y directo.)
Amici cari. Al nacer no era más que un par de oídos. Sé que
Dios existe solamente cuando escucho música. Sé que sólo escribiendo música
puedo venerarle... A mi alrededor los hombres están hambrientos de derechos
públicos. Yo sólo estuve hambriento de notas privadas. Buscan la libertad para
la Humanidad. Yo solamente busqué, para mí mismo, esclavitud. Ser poseído,
agotado por algo absoluto. Esto me ha sido negado, y con ello todo significado
a mi vida. Ahora voy a convertirme en un fantasma. Estaré en las sombras cuando
a vosotros os llegue el turno de venir aquí, a esta tierra. Y cuando sintáis la
horrible mordedura de vuestros fracasos, y oigáis las burlas de un Dios
inaccesible e indiferente, yo os susurraré mi nombre:"SALIERI: Santo Patrón de los Mediocres!" Y
podréis rezarme desde lo más profundo de vuestro abatimiento. Y yo os perdonaré.
Vi saluto.
(Se corta el cuello y cae hacia atrás, sobre la silla de
ruedas.)
PETER SHAFFER
[ Reino Unido, 1926 / 2016 ]
Amadeus
Acto Uno, Escena 1 y Acto Dos, Escena 18.