Manotón de Ahogado
Recorte
de una sesión:
-Cada vez que discutimos, mi pareja –a quien no culpo es obvio
porque yo tengo mis brotes- se va de casa. No la culpo porque se está
protegiendo para que no nos matemos, puesto que las discusiones se elevan de
tono mal; y aunque ella también tiene y tuvo sus brotes, yo no entiendo y me sigo
preguntando: ¿por qué se va? Hay un detalle: cuando se va, queda explícito que
nos separamos. Eso implica que cada uno puede hacer, en ese paréntesis, lo que
quiere. No es un simple detalle: a ambos nos gusta el sexo; parece como si
estuviésemos autorizando a tener sexo con otros, sin culpa. Es loco, porque
después nos sucede que ese sexo es pobre, porque nos volvemos a extrañar y
regresamos y seguimos pensando que no hay mejor sexo que tenerlo entre
nosotros… Pero… También pienso que se va para poder hacer cosas que quizás no
pueda hacer si estamos juntos, aparte de tener sexo. Digo… Por ejemplo, ver por
enésima vez una obra de teatro que a mi ya no me interesa volver a ver… Usted
se ríe, pero ¿qué quiere que piense? Así fue siempre... Yo la verdad no entiendo: ¿Por qué se va? ¿Cómo puede ser que no
pueda sostener un pacto si todavía hay deseo, si hay amor? ¿No cree que ella se
va por todo lo que le estoy contando?
Analista: Sí, quizás… Y
también porque no puede dejar de irse. Hay algo en su fantasma que lo convoca
siempre a repetir lo mismo; como a usted hay algo que también lo deja atrapado
y lo convoca a brotarse.
Recorte
de otra sesión:
-Desde adolescente tuve claro que mi vocación no era la medicina,
sino la música. Y aquí estoy hoy… soy un médico con postgrados en el exterior y
mi bajo sigue guardado como cuando lo escondía para que mi madre no sospechara
que ese día en vez de genética estaba estudiando a Louis Johnson. Es cierto que
intenté e intenté… es cierto que mis padres ya están muertos; es cierto que es difícil
hacerse un camino en la música… Pero yo me pregunto: ¿por qué este destino?
¿Por qué nunca pude llegar ni siquiera a tocar en una banda con relativo éxito?
¿Por qué cada vez que estoy cerca de lograr un evento en música, algo sucede y
otra vez tengo que depender de mis pacientes para poder vivir?
Analista: Podríamos
preguntarnos quizás porqué todavía escondés ese bajo, si –como bien decís- el
Otro ya no está tan presente…
-Justamente yo pensaba en eso: que me sigo escondiendo, perdón:
que lo sigo escondiendo.
Creo
que estos dos párrafos son sólo la muestra de botón con que nos encontramos día
a día en la clínica psicoanalítica. La repetición, base de todo síntoma, fluye
desde el Otro y goza al sujeto con su incesante demanda.
Me parece que las palabras
de Isidoro Vegh -en una de las últimas charlas de su Seminario anual del 2011-
resumen puntualmente esta problemática. Recordemos que en esa charla, ha sido
invitado un actor que puso en escena el monologo de Chéjov “Sobre el daño que
hace el tabaco”, cuyo personaje queda –también- atrapado en su fantasma
escénico. (El monólogo
y esta referencia también fue posteada en esta blog: http://psicocorreo.blogspot.com.ar/2011/11/dominio-del-falo.html). En este párrafo Isidoro Vegh nos recuerda -además- que la escucha del analista no se reduce a una lectura de lo reprimido inconsciente y que el acting-out (en este caso, la huida) es un manotón de ahogado pero sólo eso si no se puede -mientras tanto- seguir nadando. Cito pues:
Nosotros
como analistas leemos lo que la escena nos muestra. Es alguien que dice que
quiere huir y no puede. Recuerda cuando el fantasma alumbraba a sus ensueños
diurnos, cuando era universitario soñaba. Ahora, atrapado en la demanda del
Otro a la cual, apenas si puede decir que no con un síntoma, guiña un ojo. “Mi mujer me pide una conferencia; no voy a
hacer una conferencia.”- responde. El síntoma no ha de ser reducido al
retorno de lo reprimido, infantil, incestuoso, inconsciente. Si lo leemos así,
precipitamos un análisis melancolizante.
Es nuestra responsabilidad reconocer aún dónde el sujeto está atrapado
con su participación, aquellos trazos que indican su deseo de salir de la
escena en la que está enredado.
(…)
Nuestro
tango lo dice, bajo el modo del destino inexorable –es como algunos han dicho
de un modo crítico “El tango llorón”-, el sujeto vuelve vencido a la primera
dirección de la agenda, a la casita de los viejos. Pero, ¿a qué se debe ese
fracaso? Lo dice también con una filosofía que dicha por el tango queda claro
que no es metafísica: “la vergüenza de
haber sido y el dolor de ya no ser”.
Agreguémosle, como Lacan lo hace con Hamlet, la vergüenza de haber sido
el falo de mamá y el dolor de ya no serlo. Si no lo supera, busca como el pobre
conferenciante, una mujer que reemplace a ese Otro primordial. Y allí vive la
desgracia de su vida. No puede interrogar o no tiene recursos para interrogar
su atrapamiento, lo vive como la consecuencia de un destino inexorable. Es lo
que alguna vez me llevó a decir que en la marcha progrediente, un análisis
ayuda al sujeto a que haga de un destino un estilo. Hacer de un destino un
estilo implica hacer del lugar de objeto de goce para el Otro, el lugar vacío
que invita a la creación.
(…)
“…¿Cómo explicarnos que alguien –un
pintor, un escritor-, si se trata de su deseo persista a lo largo de toda su
vida?” Es la estructura del
fantasma. El fantasma no es un significante más en el Inconsciente cómo lógica
de incompletad, es un significante o conjunto de significantes anclados por un
objeto de goce. Objeto de goce que tampoco es natural, que se gesta en los
encuentros del sujeto con el lenguaje del Otro.
Se
gesta en una contingencia, que depende de la relación, desde el comienzo, del
sujeto con el Otro. Sí, el padre de Mozart le enseñó música desde los dos años,
pero respondió un pequeño que tenía talento para la música. Borges nació
rodeado por los libros del padre, pero la biblioteca cobijó a un pequeño que en
las letras encontró el gusto de su existencia.
Mozart, como Borges, como Goethe, no fueron al colegio. Bernard Shaw
decía: “Me eduqué bien hasta que entré al
colegio”. Todos ellos fueron guiados
por su padre, pero eso se da en muchos casos: depende de esa contingencia: lo
que llega del Otro y cómo el sujeto responde. Otra historia surge cuando el
sujeto renuncia a sus sueños –como el personaje que recién vimos y escuchamos-
que resuelve, ante su incapacidad para avanzar según sus sueños, invertir el
recorrido. En lugar de realizar sus sueños, queda al servicio del Otro. “Doy clase de esto, de lo otro, de aquello,
¿en dónde? En el instituto de mi mujer. Hoy vengo a hablar con ustedes de lo
que me ordenó mi mujer.” El precio, el mismo relato lo cuenta: el sujeto se
siente degradado, sufre. Termina
diciendo: “Ahí viene mi mujer”, “en esto
seguiré sin poder salir”. Es un relato que nos enfrenta a lo que llamamos
el antihéroe. Nos recuerda a varios personajes clásicos: Chaplin, Woody Allen
en versión moderna. Suelen ser personajes extremos en los cuales advertimos el
riesgo que para cada uno implica ignorar el precio de una pérdida necesaria.
Una pérdida que no es una desgracia, es una pérdida eficaz. Si no se paga la
entrada, no hay función. Lo que queda es una función repetida, más de lo mismo.
(…)
Hay
veces en que las barajas en la vida vienen muy mal, hay veces en que no hay
padre, pero hay abuelo, tío; hay veces en que no hay madre pero hay alguien que
sustituye; pero hay veces en que no hay alternativas, esa carencia de letra y
afecto introduce una dificultad mayor para el avance del análisis. Progresiones
y regresiones invocan al analista para que este lugar pueda ser removido.
Tomemos el personaje que recién nos visitó: podríamos decirle “Cuando usted quiere huir al campo, cuando
usted quiere ver ese cielo sin límite, donde sueña con una libertad de la que
carece, está diciendo un anhelo, algo que usted quiere”. Lo que sucede es
que la huida es el recurso más pobre. El acting-out no es sólo el efecto de
que el analista no escucha, eso estuvo muy bien cuando Lacan lo dijo en tiempos
en que los pacientes eran siempre culpables, entonces Lacan lo invirtió y dijo
que la resistencia era la del analista. Pero es falso, si sólo es eso. Hay pacientes que llegan a la primera entrevista
contándonos que su vida no es más que el pasaje de un acting-out al otro. ¿Y
qué es ese acting-out? ¿O el pasaje al acto, ruptura de escenas? Es un
intento de salir de escenas que lo hacen sufrir, cuando sólo puede responder
con la huida. La huida es el recurso del
sujeto y es importante reconocerlo. Pero es un recurso pobre. Como dijo Lacan
alguna vez, el que siempre empieza de cero no llega a ningún lado.
Isidoro Vegh
Seminario: "Senderos del análisis: progresiones y regresiones"-
Extracto de la clase del 18 de noviembre del 2011
Escuela Freudiana de Buenos Aires