El YO: Síntoma del Sujeto










Creerse el falo no es más, en términos técnicos, creerse que puede colmar la falta –incestuosa obvia- que organiza el deseo de la Madre. Creerse el falito no es más, pues, que prescindir de la castración: más YO, menos Sujeto. Por eso Lacan ha llegado a decir que el Sujeto está enfermo de YO; el YO es pues, para nosotros seguidores de las enseñanzas del maestro francés; una enfermedad; o –para decirlo más rigurosamente- un síntoma.

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¿Y cómo podemos pensar que si el sujeto demanda un análisis porque su estructura le hace síntoma; entonces nosotros le vamos a engordar dicho síntoma, su Yo, como si fuese un problema de carencia vitamínica? ¿No sabemos acaso que todo neurótico que se precie llega a nosotros totalmente infatuado? ¿No nos damos cuenta que su discurso tiende a plantarse en el plano imaginario a-a´ del esquema Lambda y que, justamente, de esa Palabra Vacía hay que buscar el Habla Plena? ¿Cómo vamos a permitirnos que el sujeto se enorgullezca (en términos criollos, se la crea) ya sea de su inteligencia, de su bondad o de sus buenas costumbres? (Basta entender que son todos síntomas puesto que el YO mismo es síntoma del sujeto.)

Parece que estas preguntas, un poco obvias, todavía siguen dividiendo aguas entre ciertos psicoanalistas ingleses y americanos y nosotros que, clínica mediante, estamos bien predispuestos a escuchar los entredichos de la falla del sujeto, harto más que su obeso, gordinflón y petrificado discurso de infatuación. Es decir, dispuestos a entender que, como dijo el poeta Discepolín, el Otro ha hecho que el sujeto no sea más que un tomate que se creyó una flor… Esto constituye, por otro lado, el modo en que comienza un enamoramiento: Idealizando al tomate. De aquí deducimos a priori, que el amor no es más que una vuelta narcisística que el sujeto hace sobre un otro.

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Pensemos que el EGO –y por qué no, el síntoma- se corresponde al amor tanto como que todo amor es narcisista por definición; es decir que “amamos para que nos amen” o en términos más llanos: espero que el otro –con su “te amo”, con su “cosita más bonita”- diga lo que deseo escuchar. De allí que el amor suple la ausencia de relación-sexual entre los partenaires. Justamente por efecto de esta suplencia, el amor calma. ¿Qué calma? La falta-en-ser.
 

Ahora: esa calma no hace buenas migajas con lo inconsciente. ¿Por qué? Porque no hay significante que pueda escribir en lo inconsciente la fórmula de la relación sexual. Porque lo inconsciente es la falla que la sexualidad ha producido en el parêletre justamente por anclarse en LaLengua.  Porque lo inconsciente –que trabaja en forma permanente sin descanso, que no sabe del “día y de la noche” (que son meros significantes; como “frio” o “calor”)- es un Amo que tratará de hacer la vista-gorda (o el oido-flaco) a toda unión que pretenda suturar esa hiancia, esa castración; es decir, la falta que se produce en el sujeto por estar –justamente- sujetado a la palabra. De aquí surge una aparente paradoja: La castración permite amar pero –a la vez- el amor, castra.

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Pero ¿qué ocurre ante ese encuentro con la división? Ocurre que el analista tratará de aprovecharlo, de usufructuarlo, de no taponar esa falta con ninguna medicación o ningún consejo; implementará –aún a condición de ser antipático- la regla freudiana: hable; caerá en lo que Lacan alguna vez bautizó como “la tendencia inhumana del analista”. ¿Y del lado del analizante? Del otro lado ocurre lo esperable: ante la falta, tapono. ¿Cómo? La manera usual es introducida por Freud bajo el aspecto de la Verniengung (La Denegación; traducida como La Negación) y su famoso apotegma “No vaya a creer que es mi madre”; aunque –como sabemos- hay muchos otros: “No, no, no…” o “¡De ninguna manera!” o “Jamás nunca pensaría algo así…”, etc.  La otra manera es más simple: “Cambiemos de tema…” Y –entre otras- reconocemos la más usual: “No sé” o “No se me ocurre nada”. Todos estos discursos tienden a palear la situación angustiante que produce la falta, la hiancia, en el blablabla: el sujeto no quiere saber (que no hay saber sobre la sexualidad, dirá Masotta) y por eso tapa. Otra paradoja: paga para saber pero se negará a saber. El sujeto, entonces, lo que quiere es –para decirlo a la criolla- ser mimado: ser amado.

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De aquí que cuando el analizante “quiere ser amado” entonces no asocia (quiere ser correspondido vía imaginaria) aunque –otra paradoja más- podríamos decir que a nuestra demanda de HABLE responde por amor… Por eso también Freud ha dicho que cuando el analizante se queda en silencio es probable que esté pensando en la PRESENCIA del analista: esa presencia del cuerpo del Otro (de la voz que el Otro puede hacer escuchar) connota inmediatamente al fantasma de “ser Amable/Amado” para el Otro y eso implica no fallar.   

El amor –que, como leemos en todos los poetas, trata de hacer “de dos, uno”- sutura en el punto donde –como afirma Lacan en el seminario 21- el sujeto no está 'enalmorado' de su inconsciente y yerra por no ser incauto de su grieta. Si podemos decir que el amor nunca falla es justamente por la ilusión de completud (¿Y qué es el YO sino un espejismo?) que produce el estado amoroso. Claro que, como sabemos, el amor sin fallas es un oxímoron como la luz oscura. Pero ambos pueden alumbrar.

Marcelo Augusto Pérez
Enamorarse de un tomate y creerlo una flor
Extracto del artículo publicado en Revista
Campo Grupal / Buenos Aires, edición nro. 144
MAYO de 2012.


Arte:
Josh Keyes
Waking / acrilico / 2011
www.joshkeyes.net 

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