El padre y la voz
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La teoria psicoanalítica nos permite aportar un esclarecimiento suplementario sobre el estatuto enigmático de esta voz: ella es paterna, y el enigma concierne a la figura del padre que yace detrás de ella ‑ese padre no es, decididamente, aquél del Nombre del Padre, en tanto que soporta la autoridad simbólica, en tanto que agente del discurso que intenta disciplinar el excedente ardiente de la voz.
Theodor Reik iba por buen camino en cuanto a la solución de este enigma cuando, en los años veinte, atraía la atención hacia el sonido dolorosamente bajo e ininterrumpido del shofar, ese cuerno del que se sirven los judíos en el rito nocturno del Yom Kippur y que marca el fin de la jornada de meditación. Efectivamente, él ligaba el sonido del shofar con la problemática freudiana del asesinato del padre primordial de "Tótem y tabú": interpretaba el espantoso murmullo, inflado y pesado del shofar ‑que evoca una mezcla inquietante de dolor y de goce‑, como el último vestigio de la sustancia viva del padre primordial, como el alarido indefinidamente prolongado del padre sufriente, moribundo, impotente, humillado. Dicho de otro modo, el shofar es la huella de la “represión primaria”, una suerte de monumento vocal al asesinato de la sustancia de goce pre‑simbólica: el padre cuyo alarido de muerte repercute es el padre‑goce "no castrado". Para dar otra prueba de su tesis, Reik atrae igualmente la atención sobre la similaridad entre el shofar y otro instrumento primitivo, la tablilla sonora [planchette ronflante], que imita el mugido del toro apuñalado en la arena, siendo la corrida una reposición del acto del asesinato del padre‑goce primordial.
Por otra parte, la tradición judía concibe el sonido del shofar como un eco del trueno que acompañó el momento solemne en que Dios devolvió a Moisés las Tablas de la Ley con los diez mandamientos; como tal, hace las veces de la alianza entre el pueblo judío y su Dios, es decir, del gesto fundante de la ley. El sonido del shofar es, en consecuencia, una suerte de “mediador evanescente” entre la expresión vocal mitica directa de la sustancia viviente pre‑simbólica y la palabra articulada; viene al sitio y lugar del gesto por medio del cual la sustancia de vida, al retirarse, al borrarse, ha abierto la vía a la ley simbólica. Es de este modo que el psicoanálisis nos permite quebrar el círculo vicioso de la oscilación entre el discurso "disciplinante" y la voz "transgresora": poniendo el acento en la voz excesiva que sirve de gesto fundador a la palabra articulada misma.
Siempre a propósito del shofar ‑ese resto vocal del primordial parricidio‑, Lacan realiza una de sus hazañas únicas al plantearse una simple pregunta: ¿a quién se dirige ese sonido extraño e inquietante? La respuesta clásica habría sido, por supuesto, a los creyentes judíos mismos, ya que se supone que les recuerda su pacto con Dios, la ley divina a la que deben obedecer. Sin embargo, Lacan invierte las cosas: en verdad, el shofar no se dirige a la comunidad de los creyentes sino a Dios mismo.
Cuando los creyentes judios hacen sonar un shofar, quieren recordarle... ¿qué? ¡Que está muerto! En este punto, es claro que el horror vira a la divina comedia, es decir, que se entra en la lógica del célebre sueño freudiano (citado en "La interpretación de los sueños") del padre que "no sabía que estaba muerto". Dios‑Padre no sabe que está muerto; es por ello que actúa como si aún estuviese vivo y continúa emponzoñándonos bajo la forma de un espectro superyoico. Por esta razón, alcanza muy simplemente con recordarle que está muerto para que se desvanezca, como el gato proverbial en los dibujos animados, que cae literalmente del cielo a partir del momento en que advierte que ya no tiene los pies sobre la tierra. Desde este punto de vista, la función del shofar es profundamente pacificante: su rugido, por más terrible que pueda sonar al oído, está en realidad destinado a pacificar y neutralizar la dimensión superyoica del dios “pagano”, es decir, a asegurarse que actuará como un puro agente del nombre, de un pacto simbólico.
En la medida en que el shofar es asociado al pacto entre el hombre y Dios, el sonido que produce sirve para recordar a Dios que debe cumplir su estatuto de portador del pacto simbólico y cesar de hostigarnos con sus explosiones traumatizantes de goce sacrificial. Dicho de otro modo, la condensación de las dos características en el sonido del shofar (el mugido del padre primordial del goce en la agonia y la escena del establecimiento de los diez mandamientos) atrae la atención de Dios sobre el hecho de que no puede reinar legítimamente más que como muerto.
Slavoj Zizek
La voz en la diferencia sexual
Extracto del texto “La voz”, autores varios
Colección Orientación Lacaniana, Serie Testimonios y Conferencias, Nº 2, Buenos Aires, Argentina, 1997.