Escena e Interpretación
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“El cuadro me mira”, decía Henri Matisse. Es que, como una mirada que se han transformado en cuadro, nos recuerda. Y el recuerdo, a su vez, es la vida de las cosas: “las cosas no son como las vemos, sino como las recordamos”, decía Del Valle Inclán. ¿Qué secreto se insinúa en esa inversión, según la cual lo visto, nos ve? Es que tampoco los ojos son los que ven, sino los reflejos de una mirada que se ha hecho obra, poiética como pensaban los griegos, esto es poesía. La poesía, como toda obra de arte, le otorga al poeta una vida insospechada que excede su propia vida, al extremo de eternizarla.
Comprenderán entonces por qué me he propuesto seguir el sendero virtual que lleva de la escena, como punto de fijación de la mirada, al ojo, como testigo silencioso que se sostiene en la mirada. Así se comprueba la otra vía que lleva del ojo a la escena. Y sólo así se puede comprender cómo la escena relata el secreto de la mirada, gracias a la complicidad del ojo silencioso. He hablado de escena como la óptica a la que corresponde la mirada. Pero no sólo la mirada forma parte de la escena, sino el ojo mismo que la sostiene, pues la mirada vuelve al ojo como a su punto de vista. Y el punto de vista forma parte de la escena, como acto de la mirada y el protagonista del drama de la visión.
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El ojo es la metáfora de un sujeto de la palabra, siempre localizado en el drama de la palabra. Y el pensamiento nos lleva por el laberinto de la extraña coreografía de este baile y su contrapunto.
La escena y el ojo es una metáfora de las situaciones humanas y su dramática. Más allá de cada lugar, hay un lugar que ve y es visto. Todo está desplegado en la coreografía de la danza de la expresión. En el horizonte del lenguaje está la perspectiva del drama, desde las diversas posiciones de sus personajes. La escena y el ojo indican la dimensión del Otro de toda palabra, es decir la alusión simbólica que rompe con la referencia empírica.
Comprenderán entonces por qué me he propuesto seguir el sendero virtual que lleva de la escena, como punto de fijación de la mirada, al ojo, como testigo silencioso que se sostiene en la mirada. Así se comprueba la otra vía que lleva del ojo a la escena. Y sólo así se puede comprender cómo la escena relata el secreto de la mirada, gracias a la complicidad del ojo silencioso. He hablado de escena como la óptica a la que corresponde la mirada. Pero no sólo la mirada forma parte de la escena, sino el ojo mismo que la sostiene, pues la mirada vuelve al ojo como a su punto de vista. Y el punto de vista forma parte de la escena, como acto de la mirada y el protagonista del drama de la visión.
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El ojo es la metáfora de un sujeto de la palabra, siempre localizado en el drama de la palabra. Y el pensamiento nos lleva por el laberinto de la extraña coreografía de este baile y su contrapunto.
La escena y el ojo es una metáfora de las situaciones humanas y su dramática. Más allá de cada lugar, hay un lugar que ve y es visto. Todo está desplegado en la coreografía de la danza de la expresión. En el horizonte del lenguaje está la perspectiva del drama, desde las diversas posiciones de sus personajes. La escena y el ojo indican la dimensión del Otro de toda palabra, es decir la alusión simbólica que rompe con la referencia empírica.
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La significación es retroactiva por recurrencia escénica. En lugar de limitarnos al juego del significante es preciso reconocer el corte escénico del texto. Los hombres tienden a bizquear por naturaleza, según pensaba Nietzsche, dado que siempre miran ambivalentemente dos cosas como en caso del significante y el significado. Más allá de eso, la anfibología que remite de una escena a otra produce el equívoco que genera la significancia. Es allí donde tiene su lugar de origen la interpretación. La interpretación es un efecto del corte escénico que sitúa una escena en relación a otra. La escena remite a otra escena, pero entre una y otra se sitúa la visión que metonímicamente atribuimos al ojo. En apariencia basta un ojo para que haya escena. Sin embargo, ¿cómo es posible verla? Porque la visión que oculta tantas cosas también reconoce otras. El ojo metonímico no basta para explicarlo. El ojo es carne, como la que expone la pintura de Bacon, pero además ve. Bacon juega con esto y muestra la carne que se ve, según la puesta en escena de sus pinturas. La escena la ve. También lo aplicó Bertolucci y su genial fotógrafo Storaro en “El último tango en Paris”.
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Guillermo A. Maci
La escena y el ojo
Semiótica de la puesta en escena de la palabra
Del Prólogo y del Capítulo III
Letra Viva, Bs. As., 2011
Arte:
Francis Bacon
Study for Figure, 1956
& Head III, 1961.
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