Tiempo de agujerear el goce
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El pasaje por la transferencia debiera implicar que el analizante se refunde, se refilie, haciendo otra su historia en un vector retrógrado del presente hacia el pasado. De otro modo, nos quedaríamos varados en la ribera exclusivamente psicoterapéutica. El desafío, en cualquier análisis, pero mucho más en los análisis que van a revelar estas “horribles verdades” de las que hablaba Nietzsche, ésas que destruyen toda ilusión de amor real, es volver a escribir la función unarizante del Otro, de modo tal de que el sujeto pueda darse el tiempo de ir agujereando ese goce compacto y no necesite rebotar hacia la posición narcisista, posición en la cual la única salida es desaparecer.
Por supuesto no estamos negando la necesaria cara de goce que un niño le aporta a quien lo ha hecho venir a este mundo. Nadie es convocado al mundo si no cifra goce para su Otro. Pero, sin el tope que el amor pone al goce, no habrá cuidado del retoño, sino uso instrumental, pasando el niño a ser abominable. En eso se torna Hamlet cuando resulta una molestia para la voracidad de la novel pareja de la madre. El sostén, la anaclisis normativa (de la madre al niño y no a la inversa), debe ser aportada, si hay amor, aun donde ese chico no cifra goce para el Otro. He ahí la prueba de amor. Ahí donde no cifra goce, ahí donde el chico se revela ser el objeto a (real, pues, para sí mismo y sus propios goces) y no el instrumento de la satisfacción del Otro, allí mismo se pondrá a prueba el amor real del Otro. Y, si no aparece esta cara crucial del amor, estamos en pleno derecho de situar aquello que Freíd llamara Liebesversagung, precondición de lo que él dio en llamar, en 1919, “neurosis narcisistas”.
(…)
Por supuesto, el goce que el Otro obtiene de su retoño resulta crucial para que se pueda ocupar de él. Pero su amor es lo único que agujerea ese goce, porque es lo único que permitirá admitir que el sujeto convocado a vivir no deberá ser sólo cifrado de goce, sino que tendrá la chance de ser real para sí mismo.
Si las condiciones de amor real fueron denegadas, el sujeto tardará mucho en reescribir, en análisis, y a través del amor de transferencia, una mejor combinatoria para su vida. Suele suceder entonces que llegue a ciertos puertos normativos más tarde. Que son cosas que otro, con una constitución más favorable, logró a los veinte o treinta años, las logre a los cuarenta. Nos parece que bien vale la pena, aunque llegando más tarde.
Esto conlleva mucho desgaste y mucho tiempo, en medio de una transferencia, muchas veces, ríspida. No hay más remedio que contar con la paciencia del paciente y la paciencia del analista, que no puede hacer entrar a estas estructuras en el temible lecho de Procusto de las neurosis habituales de transferencia.
Por supuesto no estamos negando la necesaria cara de goce que un niño le aporta a quien lo ha hecho venir a este mundo. Nadie es convocado al mundo si no cifra goce para su Otro. Pero, sin el tope que el amor pone al goce, no habrá cuidado del retoño, sino uso instrumental, pasando el niño a ser abominable. En eso se torna Hamlet cuando resulta una molestia para la voracidad de la novel pareja de la madre. El sostén, la anaclisis normativa (de la madre al niño y no a la inversa), debe ser aportada, si hay amor, aun donde ese chico no cifra goce para el Otro. He ahí la prueba de amor. Ahí donde no cifra goce, ahí donde el chico se revela ser el objeto a (real, pues, para sí mismo y sus propios goces) y no el instrumento de la satisfacción del Otro, allí mismo se pondrá a prueba el amor real del Otro. Y, si no aparece esta cara crucial del amor, estamos en pleno derecho de situar aquello que Freíd llamara Liebesversagung, precondición de lo que él dio en llamar, en 1919, “neurosis narcisistas”.
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Por supuesto, el goce que el Otro obtiene de su retoño resulta crucial para que se pueda ocupar de él. Pero su amor es lo único que agujerea ese goce, porque es lo único que permitirá admitir que el sujeto convocado a vivir no deberá ser sólo cifrado de goce, sino que tendrá la chance de ser real para sí mismo.
Si las condiciones de amor real fueron denegadas, el sujeto tardará mucho en reescribir, en análisis, y a través del amor de transferencia, una mejor combinatoria para su vida. Suele suceder entonces que llegue a ciertos puertos normativos más tarde. Que son cosas que otro, con una constitución más favorable, logró a los veinte o treinta años, las logre a los cuarenta. Nos parece que bien vale la pena, aunque llegando más tarde.
Esto conlleva mucho desgaste y mucho tiempo, en medio de una transferencia, muchas veces, ríspida. No hay más remedio que contar con la paciencia del paciente y la paciencia del analista, que no puede hacer entrar a estas estructuras en el temible lecho de Procusto de las neurosis habituales de transferencia.
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Silvia Amigo El objeto y el yo en la clínica lacaniana.
Seminario EFBA, Clase 8 del 25 de noviembre del 2003.
Arte: Raquel Aparicio
www.raquelissima.com