El ambicioso YO

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 "Silencio en la noche, ya todo esta en calma,
el músculo duerme, la ambición descansa." 
 Silencio
C.Gardel - A. Le Pera

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Los poetas no sabían que la ambición no descansa ni aún en el sueño; que es -justamente- donde lo inconsciente funciona destruyendo, torturando o matando.  En la ciudad de Miramar –hace quince días-, Gastón Bustamante, de 12 años, fue asesinado. Según las investigaciones hasta ahora logradas, el asesino sería Julián, de 24; estudiante de derecho y participante activo de las marchas que se hicieron en torno a la investigación y en pro del encuentro del sospechoso. Julián no es cualquier persona dentro de este escenario. Es el novio de la hermana del difunto: es decir, el cuñado del niño asesinado.

En primera instancia sabemos que el crimen habría sido cometido dentro de un móvil que fue el robo de cinco mil pesos.  La hipótesis que manejan los técnicos del caso es que Julián habría matado a Gastón cuando fue reconocido por éste en el instante del robo. 

Detengámoslo en este dato. Jacques Lacan ha analizado en el desarrollo de las investigaciones sobre el Estadio del Espejo y la Agresividad justamente la cuestión que acá aparece con mucha claridad.  Es decir: la imagen. Aparentemente el presunto asesino no dudó en agredir cuando fue reconocido por el niño en un hecho que debería haber quedado velado. Pero fue reconocido en un punto dónde él no se puede reconocer ante el Otro; dónde su imagen (ante el Otro) correo peligro. La imagen es justamente la idea, la representación, que el sujeto “construyó” para el Otro y cree tener de sí mismo. 


Creencia, imagen, espejo, alegoría, apariencia; en definitiva, un modelo. Modelo por el cual el sujeto cree que es; modelo que lo lleva de la insuficiencia a la anticipación.  Esto, sin más, es la triste prueba de cómo predomina el Narcisismo en nuestros actos, incluso en los más graves.


Este caso reciente nos demuestra como el sujeto –por defender su imagen, su aparición ante el Otro- puede llegar hasta cometer un crimen. Una amiga me decía los otros días, que de ahora en más si ella escucha gritos y ruidos raros en los departamentos de su edificio, inmediatamente hace la denuncia. Cuando no hay Ley que acote el goce, los sujetos necesitan al menos un vecino que (aunque peque quizás de entrometido) pueda separar el goce pegajoso que lleva a enceguecer a un sujeto hasta el triste hecho de matar hasta a los que más aman.

Esto –como sabemos- no es nuevo en psicoanálisis: la tesis doctoral de Lacan (caso diagnosticado por él como paranoia de autopunición) fue justamente advertir que el homicidio –cuando está en juego la pasión y no es premeditado en función de una organización delictiva- no es más que un suicidio proyectado. “Yo es un otro”- formuló Rimbaud, a quien Lacan tomó para enseñarnos que la construcción del YO depende de la imagen que el Otro devolverá al infans en el modelo para armar. Y la clínica y los hechos de nuestra cotidiana realidad, lo verifican a diario. 

Cuando la Ley –simbólica, de la palabra- opera a destiempo; el sujeto –sin acotamiento de su goce- puede llegar a la muerte.  “Un golpe a tu enemigo es un golpe a ti mismo” es justamente el concepto que diferencia la agresividad de la agresión.  La agresividad ocurre en un plano meramente especular. La agresividad es puramente cultural, imaginaria; y opera cuándo lo simbólico falla: la guerra no es más que la ganancia de lo imaginario sobre el símbolo.


Si esto es así como se supone, el cuñado del niño Gastón tendrá ahora que soportar el peso de la Ley escrita justamente porque la Ley de la Metáfora Paterna no ha enganchado convenientemente en su estructura. Y también porque desgraciadamente, ningún vecino curioso ha podido salir a rescatar lo que el Otro -en su falla- ha colocado como mancha. Seguramente la escena se desarrolló en silencio; pero aún en el silencio -y a oscuras- la ambición no descansa.  He aquí lo que el sostén de una imagen puede destruir en un par de segundos. 

La ceguera narcisista destruye vidas ahogando –como Narciso- al sujeto en el propio espejismo de su YO. No por nada Lacan subrayó que es el YO la única y verdadera enfermedad del sujeto; o –lo que es lo mismo- que la única y verdadera pasión -siempre a flor de piel- es la pasión por el YO.  De aquí, como siempre insistimos, que el psicoanálisis nunca podría estar de acuerdo en vitaminizarlo. De aquí que la CASTRACIÒN quiere decir que el goce acote su nivel mortífero. Justamente el psicoanálisis apuesta a perder un poco el narcisismo para ganar –vía la Ley- el deseo. El deseo, en último caso, que apuesta a la vida.  De ahí que a veces suelo decir a mis analizantes: “querete un poquito menos”; exactamente inverso de lo que cree cierta psicología que pretende endosarnos el discurso de la “baja autoestima”. De ahí también que en los vínculos aparece una fuerte tendencia “a ver quién la tiene más larga” que puede terminar en desastres.

Es obvio que no podemos vivir sin un YO. Pero demasiado YO –demasiado amor a sí mismo- termina en la tumba. No por nada O. Masotta afirmó que en cada tumba hay un espejo escondido. Es decir: no es casualidad que el ser humano sea el único bicho que haga ritual de sus muertos. El narcisismo perdura aún en la lápida. Hay ataúdes que cuestan miles de dólares; tumbas de oro macizo que albergan familias de apellidos ilustres (y no tanto); pompas funerarias con todo el glamour del mercado; y el YO es tan ciego y sordo que se niega a aceptar su mortalidad y aún con el peso de la pérdida no deja de encaminarse en la permanente insuficiencia que el imaginario oculta. Nos hacemos nuevas tetas, nos operamos la nariz, nos maquillamos los labios, nos peinamos el jopo; y –mientras tanto- agonizamos sin darnos cuenta que los gusanos terminarán de comer nuestra codicia.

Marcelo Augusto Pérez
08-DIC-2011

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