Palabra / Acto / Falta / Síntoma
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Lo que no se puede tramitar vía lo simbólico (la palabra); el sujeto lo tramita vía lo real (la angustia y, ya en su defecto, el órgano). Veamos dos breves ejemplos de mi praxis ocurridos en la misma semana.
Una analizante comienza –hace un mes atrás- con dolores en el bajo vientre; dolores que luego localizará más específicamente por la zona del hígado. Comienza estudios médicos. Se ausenta dos sesiones –e incluso deja de trabajar- porque los dolores se vuelven agudísimos. La última sesión antes de la ausencia, se había hablado de un tema que lleva ya más de un año en su discurso: ella se separa de su ex y casi en el término de dos o tres meses se vincula con otro sujeto; con el evidente signo de que el duelo no está tramitado. (El nuevo partenaire responde a uno de los “costados” carentes que ella tenía con su otra pareja –la asunción de un rol paternal fuerte-; pero – y como sabemos que aparte es un tema fantasmático de cada uno- ella siente que todavía no está totalmente solidificado el vínculo.) Este duelo no tramitado se tiñe de algo que ella quisiera y no hace: hablar con su ex; que -básicamente- le pida perdón por todo lo que ella hizo por él. Pero, repetimos, ella esto no lo puede hacer. Cuando retoma la sesión después de su ausencia enuncia que los análisis clínicos están todos bien, que falta el resultado de una resonancia, y que había algo que no me dijo. ¿Qué es? Que hace dos semanas exactamente –desde la última sesión y desde que los síntomas comenzaron a incrementarse- ella no evacúa el intestino. Le pregunto que quiere decir esto para ella; y sin saber lo que va a estar a punto de enunciar, y después de un breve silencio, dice: “Es que yo, marce, hay algo que todavía no descargué”. Le pregunto si se escuchó. Cambia su postura y con lágrimas en los ojos advierte a qué se está refiriendo.
Otro paciente –que comienza entrevista hace ya algunos meses- enuncia en el primer encuentro que él no puede “terminar nada”; que todo lo que empieza suele abandonarlo en el curso de los seis meses. Obviamente se historizan estos “seis meses” y –en principio- se sigue hablando de esto en el correr del tratamiento; quedando muy claro que lo que él no puede soportar es que haya ciertas normas a las cuales subsumirse para cursar cualquier carrera; y el rechazo que él siente con los límites que una institución le pone. En la última sesión comenta que con la chica que acaba de conocer y con la cual está muy enganchado; está todo casi perfecto excepto que cuando tienen relaciones sexuales él “no puede terminar”. Ella obviamente le demanda ese acto vía el reproche de que quizás entonces no le pase nada para con ella. En sesión, le pregunto si alguna otra vez le había pasado con alguien. Niega primero pero después recuerda que con otra chica también le pasó; que él la tenía “ahí, como en espera”, que en los últimos encuentros él ya quería separarse pero que “por las dudas y antes de nada” la seguía viendo. El tema es que esta chica comenzó a demandarle el algo más y el paciente encuentra allí un común denominador entre estas dos mujeres: “Me presionan”. “Ah- le digo- Parece que fueron las únicas dos mujeres que te presionaron… Y claro, vos si sentís que te presionan, no podés terminar nada…” Con lo cual se queda atónito entendiendo la relación entre una escena y todas las escenas que él abandona en el intento de terminar cosas que indefectiblemente están teñidas con un marco legal . También relaciona esto con el tema de que “algo hay que perder” y es eso que él no puede aceptar; de allí que por no dejar a la otra chica, se encontró subsumido a la presión. Si a esto le agregamos que no “puede” usar preservativo porque dice que “presionan, el contacto es diferente”; se ve cómo en la falla de lo simbólico, lo real toma su curso.
Bien, hasta aquí lo que Freud ha descubierto “curando” cegueras, parálisis o cualquier otro síntoma que no está en otro lugar más que en un cuerpo de significantes. Un cuerpo que es la psique o la psique que es el cuerpo. Por eso no hablo de psicosomática; que supone dividirlos y cuya teoría entiende que un mismo dolor (una úlcera por ejemplo) tiene el mismo significado para todos los sujetos; es decir: no deja de remitirnos a un manual etiológico.
Cuando Lacan, en el Seminario sobre Las Psicosis, enuncia su famoso axioma “lo forcluido en lo simbólico vuelve desde lo real”; nos está enunciado también que no sólo en el psicótico –vía la alucinación o el delirio- se producen estas forclusiones, sino en todos los casos donde la Metáfora Paterna no puede responder y donde la Palabra y la Ley (las dos caras simbólicas de la misma moneda) tampoco llegan, tampoco garantizan el anclaje. Sabemos que la represión siempre está al cuidado de la angustia; pero -también sabemos- la forclusión a veces juega su impronta. Por eso -y siguiendo la línea ya propuesta hace décadas por David Nasio- podemos hablar de formaciones de lo inconsciente y de formaciones de objeto; en estas últimas encontramos la forclusión -y no la represión- como mecanismo y podemos agrupar la lesión de órgano.
Nuestra praxis nos hace escuchar todo el tiempo que ningún síntoma está por fuera del Complejo de Castración de cada sujeto: un hiv, un cáncer, una gripe, un insomnio, una alergia, etc. no puede desvincularse de la Neurosis del sujeto porque, como repetimos varias veces, “la enfermedad” es producto de la Cultura. Por eso los virus hacen su caldo en ella o por eso el origen de cualquier síntoma orgánico está producido por una falla en lo simbólico: o bien algo que no quedó dicho –represión mediante- o bien una falta que se trató de taponar sin asumir: es decir, la castración –que es también hablar- como elemento positivo; es decir: la muerte para dar paso a la vida.
No vamos a descubrir hoy que el sujeto hace síntomas para demandar, para sufrir y pagar su libra-de-carne y porque no puede castrarse en el momento oportuno. Así como tampoco nos llamará la atención que los sujetos repitan escenas de tonalidades similares en pro de ese pago que, lamentablemente, se intenta cobrarlo mal: por ejemplo –como una vez posteamos- un sujeto “le cobra” a su partenaire algo que debería haber hecho (hablado, por ejemplo) en otro escenario; empezando por el escenario de los Padres. Se sabe, obviamente, que ese silencio es el pago de toda la idealización (el amor) que el sujeto le coloca a esos otros. Entonces encontramos como por no castrarse a tiempo –por amar/idealizar demasiado al Otro- un sujeto no sólo hace un síntoma sino que se encontrará repitiendo ad infinitum la carga de esa no-castración. Castrarse es, de hecho, castrar al Otro: es decir, aceptar que no se lo puede completar, que no se es su falo. Y, como sabemos, el neurótico ama desesperadamente ser el falo.
El animal-logrado no se enferma porque no está sumergido en el baño del lenguaje y –por lo tanto- no sabe nada de la muerte. No sabe nada de completar a ningún Otro que supone en falta, que supone “dio la vida por mí”… El lenguaje, la palabra, nos aporta la posibilidad de desear y de amar. Pero también de enfermar cuando el amor o el deseo no se ponen en juego en la dialéctica Edípica. Claro que para amar o desear hay que morir un poco; y aquí está el problema: el neurótico cree que es posible la no-castración.
Este es el aporte freudiano que quizás, como digo siempre, a Freud le faltó una pequeña vuelta de jugada para ponerlo sobre la mesa –no sólo por el contexto histórico (era Victoriana, neurología médica, colegas, etc.) sino porque a él mismo le impactaba y sorprendía (y por eso le seducía) todo este arsenal que (se) estaba gestando- pero que no hay ninguna duda que lo transformó en el hombre que cambió la manera de escuchar el dolor y de tramitarlo. A esto muchos lo llaman “curación”. Sólo el que se analiza puede saber si algo se cura, si algo se modifica o si algo que simplemente no marchaba, comienza a marchar.
marcelo augusto pérez
noviembre / 2011
Arte:
Schiavino / Dogliotti
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