E x i l i o

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En el duelo real, es la "prueba de realidad" lo que me muestra que el objeto amado ha dejado de existir.  En el duelo amoroso, el objeto no està ni muerto ni distante. Soy yo quien decido que su imagen debe morir (y esta muerte llegarìa tal vez a escondérsela).
Durante el tiempo de este duelo extraño, me será necesario pues sufrir dos disdichas contrarias: sufrir porque el otro esté presente (sin cesar, a pesar suyo, de herirme) y entristecerme porque estè muerto (tanto, al menos, como lo amaba).
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Así me angustio (viejo hábito) por una llamada telefónica que no llega, pero debo decirme al mismo tiempo que ese silencio, de todas maneras, es inconsecuente, puesto que he dicidido despreocuparme: pertenece solamente a la imagen amorosa de tener quien me telefonee; desaparecida esa imagen, el teléfono, suene o no, retoma su existencia fútil.
(¿El punto más sensible de este duelo no es que me hace perder un lenguaje, el lenguaje amoroso? Se acabaron los "Te amo".)
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El duelo de la imagen, si lo pierdo, me angustia; pero, si lo logro, me pone triste.  Si el exilio de lo Imaginario es la vía necesaria de la "curación" debemos convenir que aquì el progreso es triste.
(...)
Aunque justificado por una economía -la imagen muere para que yo viva- el duelo amoroso tiene siempre un remanente: una expresión regresa sin cesar: '"¡Qué lástima!"
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Roland Barthes
Fragmentos de un Discurso Amoroso
El exilio de lo Imaginario
Siglo XXI - 1982
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