La Formación del Analista

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La cura (...) se desarrolla a través de una relación transferencial entre analista-paciente donde sólo la palabra y el silencio tiene lugar. No hay datos, no hay cifra. El sujeto en psicoanálisis, en la singularidad de su síntoma y goce, no se adecua a la estadística descriptiva. El analista no utiliza instrumento alguno ni receta o medicamento. Recibe al paciente, le deja hablar, le escucha, le habla a su vez, y en un punto preciso finaliza su sesión. La particularidad e intimidad del discurso del paciente no tolera la presencia de un tercero, y no hay, por tanto, posibilidad de objetivación de la cura sino es a través de un encuadre donde el sujeto sea capaz de explicar los puntos de entrada en análisis, y de su cambio subjetivo con respecto al goce y al síntoma. Jacques Lacan ideó un dispositivo: el pase. Con este dispositivo se podría verificar el atravesamiento del fantasma, confirmar la identificación del sujeto al síntoma y describir el lugar que ocupó como objeto del deseo del Otro. Se verificaría igualmente por medio del pase, gracias a la intervención de un cartel creado a tal fin, la conclusión del análisis de un sujeto, su “cura”, y, en su caso, la transformación de un analizante en un analista. Pero, por un lado, nada de este dispositivo tendría que ver con la cifra y el dato que demanda la tecnociencia; por otro, de la solución del llamado pase surge una dificultad mayor: ¿cómo puede fundamentarse la verificación del final de análisis desde el Otro, es decir por otros analistas, por mucha experiencia analítica que tuvieran? Al fin y al cabo el pase, amén de sus ventajas, también constituiría un acto político y de ejercicio de poder, donde el analista se establecería como tal en una escuela determinada[8], sometido a la fidelidad de la institución analítica correspondiente que le daría un nombre en el anuario de la misma, una nominación y, por tanto, un reconocimiento como tal[9].
Nos encontramos con una de las paradojas del psicoanálisis porque, en última instancia, de un final de análisis verificado mediante el pase saldría un analista pero, precisamente en el fin de análisis el Otro es barrado, lo que quiere decir que no hay nadie que avale a nadie, que dé garantías de nada, y por tanto ningún individuo o comité podría ocupar entonces el lugar de Otro que obturara su falta y verificara su condición de analista. En psicoanálisis no hay amos, al menos no debiera haberlos. Cierto es que el dispositivo del pase tiene efectos muy importantes en la transmisión del saber psicoanalítico y que constituye un pilar fundamental, pero no hay que dejar de señalar los efectos negativos que pueden amenazar desde dentro la estructura del propio psicoanálisis y ser conscientes de ello. Nadie, por tanto, podría certificar a un analista, aun habiendo sido analizado por alguien de “conocido prestigio”, porque ese brillo agalmático de quien es portador de un saber es mero engaño, una obscena impostura
[10].
El dispositivo del pase se encuentra en tensión y en contradicción aparente con la famosa cita de Jacques Lacan: el analista solo se autoriza por él mismo, que no viene sino a señalar la imposibilidad de la garantía. Es cierto que esta expresión llevada a su literalidad querría decir que cualquiera puede ser analista. Nada más lejos de la realidad. El hecho de no haber garantías no quiere decir que cualquiera pueda recibir tal denominación. En una sociedad libre uno es quien dice ser, pero ha de demostrarlo en la práctica y con otros. Pues, ¿cómo podría el Estado verificar la condición de analista formado si el análisis transcurre en la privacidad de un consultorio entre el analista y el analizante? ¿Quién podría hacer de garante del analista si el saber no le corresponde, si el saber es del inconsciente?
El psicólogo observa, pregunta, mide, utiliza los test, la psicometría, la estadística descriptiva, porque es portador de un saber. Por el contrario el psicoanalista no es portador de saber porque el saber es del inconsciente. El analista no es portador de saber alguno, lo que no quiere decir que no sepa. Pero el analista existe con el permiso del analizante, surge del acto analítico; si bien previamente se haya tenido que autorizar por él mismo, no nace más que del acto uno más uno en el consultorio. Cada sesión se constituye como tal, como psicoanalista. Sensu stricto no existe el psicoanalista fuera del consultorio, como sucede en cualquier otra profesión
[11].
Al margen de prácticas irresponsables, no menos en psicoanálisis que en cualquier otra terapia o profesión general, lo cierto es que no existe la profesión como tal, -si bien hay quien se gana la vida con ello-, considerándose al psicoanalista como un profesional desde un punto de vista social o cultural, aun cuando no hay norma alguna reguladora porque un título habilitante por el Estado
[12] nada tiene que ver con el psicoanalista[13]. Así las cosas, y bajo estos postulados, se comprende por qué resulta conflictiva la aparición del analista en el ámbito de la salud mental, aun cuando muchos de ellos procedan de otras disciplinas “psi”. La polémica se agudiza si dichos analistas proceden de otros saberes, disputa a la que se suma la concepción psicoanalítica de síntoma, así como el modo particular de concebir y proceder en la cura, tal y como exponíamos en los apartados anteriores.
El descubrimiento de que el Otro está barrado, de que el saber en psicoanálisis no lo detenta nadie -al tratarse del saber del inconsciente-, y de que no hay modelos de comportamiento ni reglas ni protocolos, sino que ha de ser nuestro deseo quien guíe nuestra acción en la vida, siendo un poco más libres en grado proporcional con nuestra responsabilidad, todo ello llevado al ejercicio de psicoanalista, al plano de la profesión, hace a ésta entre otras razones, como decía Freud, imposible. El descubrimiento de que no hay saber, sino saber del inconsciente, señala la dificultad de la transmisión del psicoanálisis puesto que no hay libro, manual ni estudios que formen a un psicoanalista como se forma a cualquier otro profesional. El saber es del inconsciente, y surge en el acto íntimo del análisis, de ahí la particularidad y dificultad de su transmisión que hace partícipe al psicoanálisis de un saber anormativo.
No obstante sería absurdo pensar que el psicoanalista carece de formación. Se trata de una formación más exigente y continuada si cabe, que no queda cerrada por el título que acredita cualquier profesión o certificado reglado, puesto que el conocimiento de la teoría y la práctica del psicoanalista se constituye a través del llamado trípode freudiano: análisis, teoría y control de casos. La parte más importante de la formación del analista es su propio psicoanálisis, sin el cual es absolutamente imposible poder llevar a cabo una práctica que adopte tal denominación. No hay psicoanalista que previamente no esté en análisis o no se haya psicoanalizado. El segundo punto es la teoría desarrollada a través de seminarios, conferencias, lectura de textos e intercambios teóricos y clínicos con otros analistas. Y el tercer y último punto de formación lo constituye el control de casos por analistas más experimentados.

Jesús Cañal Fuentes
Psicoanálisis y medicina:
divergencias propedéuticas en el ámbito de la salud mental
www.cartapsi.org

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[9] “Por más argucias que se busquen, si el acto analítico es sin Otro, la consigna lacaniana de que el analista se autoriza por si mismo es doctrinaria, es decir, formaliza lo esencial del acto analítico, y no tiene otros límites más que la propia responsabilidad del analista. Esta responsabilidad es un punto respecto del cual, obviamente, muchos prefieren ser relevados. De ahí esa constante búsqueda de Otros que puedan hacerse cargo de la misma, situación que favorece el desarrollo de manipulaciones teóricas sobre ese tema (…) ¿Para qué diablos es necesario garantizar lo imposible de garantizar? ¿Sobre qué otro punto recae principalmente la garantía si no es sobre la condición profesional, antes que analítica, de los psicoanalistas? ¿Cómo puede aún insistirse en la idea de pretender garantizar una experiencia eminentemente particular (es decir, imposible de estandarizar, de universalizar), una experiencia que debe reinventarse en cada caso, una experiencia que solo puede comenzar a partir de una contingencia, una experiencia cuyo acto fundante es precisamente sin Otro? Sauval, Michel. El fracaso de las instituciones analíticas. El fracaso de la garantía. Carta abierta a la red de foros. 25.11.2008. Revista digital Acheronta, consultado el 5.07.2008. http://psicomundo.com/foros/psa-politica/carta.htm
[10] “El psicoanálisis es ante todo una ética, luego una técnica orientada a una práxis de orden clínico. Siendo entonces una ética no puede quedar enmarcado en un estricto campo teórico-académico que autorice su Acto. Un diploma no autoriza a un analista. Mucho menos un diploma en psicología. Creemos que muchos se equivocan si siguen pensando que un certificado por sí mismo puede autorizarlos en su actividad (…) ¿No caerán las profesiones-académicas en una paradoja gravísima al pensar que un par de sellitos detrás de un diploma es suficiente para sostener una actividad?(…) Hablo desde el lugar de quien estudió y se recibió de Licenciado en Psicología: es decir que llevo tras de mí la impronta de un dato empírico y la vergüenza ajena de algunos colegas que creen que ese dato es condición suficiente para recibir pacientes en su consultorio. En realidad es suficiente si uno los recibe para hacer psicología. Pero para hacer psicoanálisis eso no es suficiente, máxime cuando quizás sea mejor analista un antropólogo o un filósofo o un médico que un psicólogo. Obviamente, si un médico funciona como analista y no como médico. Hacer psicoanálisis no es hacer psicología: el psicoanálisis no es una psicología”. Marcelo Augusto Pérez. La ética del psicoanálisis. Psicocorreo http://www.psicocorreo.com.ar/etica.html, consultado el 28.06.2008.
[11] “El analista lacaniano no se autoriza por un modelo, por la imitación simiesca de una técnica aprendida. No se autoriza en una institución, en una investidura, por un título recibido de maestros prestigiosos. No se autoriza por las ganas salvíficas de ser analista ni por su analista. Muchos se vanaglorian del análisis o del control hecho con Lacan. Irrisión. Los hechos o dichos de la vida son con frecuencia un puñado de aserrín en los ojos del analista. El análisis no es una aureola perpetua sobre la cabeza o los actos de alguien. Decirse analizado por Freud o por Lacan no garantiza nada. Lacan hablaba de los pocos que con él habían llegado hasta el final. Solo que cada uno piensa ser de esos pocos”. Oyerbide Crespo, Pedro. Constancia del psicoanálisis. Siglo XXI editores. Pág. 52.
[12] “La garantía de psicoanalista por el Estado supondría la liquidación del psicoanálisis”. Sauval, Michel, Op. cit.
[13] Sobre el psicoanálisis como profesión resultan instructivas las respuestas un tanto provocadoras, pero igualmente certeras, realizadas por Guy Le Gaufey en la entrevista de Maria Esther Gilio publicada en la revista “Página 12” http://www.pagina12.com.ar/2000/suple/psico/00-01/00-01-20/psico01.htm, consultado el 5.07.2008.

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