El Espejo
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Dir.: Jim Sheridan / Guión: David Benioff
Basado en la película homónima escrita por Susanne Bier y Anders Thomas Jensen
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“No sé quién dijo “Sólo los muertos ven el final de la guerra”… Yo vi el final de la guerra. La pregunta es: ¿Podré volver a vivir?”
-Sam; protagonista de Brothers.
Es una pena que lo comercial empañe por lo general el resto de una obra. Este film es presentado como una historia triangular de dos hermanos y una misma mujer. Nada más lejos que eso. En todo caso, ese es un tema secundario. El film que de J. Sheridan es una remake de la versión danesa: ambas no son más que una re-memoración del Homérico y épico poema La Odisea.
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Desde la primer escena HERMANOS presenta inmediatamente el conflicto central de la obra: el desajuste, la con-moción, que una guerra puede causar en el seno familiar; y no sólo una guerra social a la que es llamado un ciudadano, sino una guerra de lazos familiares entre los cuales encontramos, como eje, a un Padre con sus dos hijos varones y a otro Padre con sus dos pequeñas niñas. En la primera escena ya acontece un llamado, una de las niñas –personificada por una pequeña actriz memorable- preguntará: “¿Papá vas a estar para mi cumple?”- El tono antibélico de esta obra responderá por sí sólo a esta pregunta. A mitad de recorrido, y en sobremesa familiar, la misma niña –en un estado de tensión contenida- exaltará la respuesta a modo de demanda cuando el padre, “ausente por guerra”, le reclame que deje de jugar con un globo.
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También desde la primera escena encontraremos dos discursos bien antagónicos de dos hermanos que padecen un Padre de diferentes modos; y un Padre que, desde el silencio o desde las cortas y punzantes palabras, se las arreglará para canalizar su rencor hacia el hermano mayor y demostrarle ipso facto cómo el menor es un Servidor-de-la-Patria sin dejarse llevar por el maltrato del alcohol o la vida hedonista; Padre que re-negará su hacerse-cargo de la responsabilidad y de la función fallida.
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La obra transcurre desde la placidez de una familia americana tipo, con sus goces de silencio y de sombras, a una exaltación arraigada en el Deber-Ser. Este mandato paterno (el padre es también un militar con honores; y también un marido que ha abandonado su rol de tal y cuya esposa ya ha muerto) es el eje de la historia: la Metáfora Paterna circula, como el Falo, por entre las palabras de los personajes; se entromete en el discurso de los hijos, cala en el deseo de estos seres que no saben cómo afrontar un Real que –en nombre de otro Título, de otra Patria- les viene a golpear la puerta. Ese golpe, pulsión mediante, desencadena el conflicto que había estado reprimido. Es decir que el “llamado de la Patria” no es más que el síntoma que los apodera en el lazo específico que los hermana. Porque, justamente, el significante que da título al film no sólo ensambla a varios personajes sino que habla, sin preámbulos, del prójimo, del semejante y de la cofradía. No es ajeno al pensamiento del guión que el padre que ha dejado a su mujer y a sus dos hijas para ir a la guerra llame “Hermano” al compañero de combate que deberá matar para poder volver con los suyos: precio demasiado alto que no podrá redimir hasta poder verbalizarlo en su regreso.
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La Odisea comienza desde Tótem y Tabú –mito fundante freudiano- hasta Hamlet –la otra versión de la Muerte del Padre- pasando por Edipo: los avatares fálicos movilizan la dinámica de este Drama que, finalmente, nos introduce a una lectura de otro mito (el de Narciso) y a la confrontación con esta paradoja que –desde el Estadio del Espejo de Lacan- sabemos que nos entroniza: “un golpe a tu enemigo es un golpe a ti mismo”.
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En la escena final dónde el protagonista llora desconsoladamente la culpa de ese “suicidio proyectado” (recordemos el caso Aimmé, tesis doctoral de Lacan sobre la paranoia de auto punición); se comenzará a activar la reparación de esa muerte que –ironía de Estado siempre benefactor y poderoso- ningún Otro social podrá eximir. La Metáfora Paterna es de cada sujeto; no hay Estado que pueda rembolsar la muerte de ningún prójimo; ni aún en nombre de ningún Ideal (aunque el YO a veces se deje engañar por un tiempo); ni mucho menos reintegrarlo a la vida.
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Hermanos quiere decir “ama a tu prójimo como a ti mismo” o, el imperativo Kantiano; “actúa de modo tal que tu obrar pueda convertirse en máxima universal”. Como los sujetos no sabemos ni podemos –Narcismo mediante, Goce masoquìstico mediante- interactúar de tal forma; cientos de miles de Leyes se han creado. Pero el poder del Símbolo es vano cuando el Imaginario se desplaza y opera y agujerea hacia un Real que se pretende adoctrinar como norma o como ideal soberano. La guerra constituye, sin más, el fracaso de lo simbólico –de la Ley y de la Palabra- y el triunfo del Imaginario: de un egoísmo extremo, de una agresividad especular sin Ley, de una confrontación de celos y poses: en última instancia el triunfo de un Edipo que destruyéndolo todo, se quita los ojos y se mata; y el triunfo de un Complejo que hace pito catalán a toda Castración esperable.
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Marcelo Augusto Pérez
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(El afiche corresponde a la versión original danesa del film)