Amor & Castración
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El amor es dar lo que no se tiene, y sólo puede amar el que no tiene, incluso aunque tenga. El amor como respuesta implica el dominio del no-tener.
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Jacques Lacan
Seminario 8
La transferencia en su disparidad subjetiva, su pretendida situación, sus excursiones técnicas.
1960
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Para que alguna cosa exista es necesario que en alguna parte haya un agujero.
Para que alguna cosa exista es necesario que en alguna parte haya un agujero.
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Jacques Lacan
Seminario 22
R.S.I.
1974
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En toda relación amorosa existe lo que Roland Barthes, en el capítulo bautizado "Hacer una escena" de su Fragmento de un Discurso Amoroso, ha connotado a la esticomitis: ese modelo arcaico de todas las escenas del mundo; con toda su estructura , todas sus figuras, todas sus formas y que, como el amor, es siempre recìproca y no tiene más sentido que la Demanda.
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Los sujetos en su relación amorosa construyen, desde el inicio, esta escena que va increscendo a medida que el vínculo de desarrolla; aunque ya hablar de desarrollo es inútil puesto que el amor en sí -como imposible, como real- abarcará la metonimia permanente de las demandas y, como sabemos, toda demanda es de amor. El infans pide a la madre el vaso de agua. Si el vaso lo entrega la niñera u otra persona, ya no es el mismo vaso. El paciente pide un vaso de agua una vez: tiene sed. El paciente pide un vaso de agua en todas las sesiones: pide amor.
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El amante pide permanentemente en un constante dominio de ratificar el no-tener de la castración; en afianzarse; en reclamar -a veces en silencio, otras a los gritos- la presencia nuclear del Ser; el agujero mismo: quiere la castración del otro para completar la metáfora platónica: trocar del erastès al eròmenos, y visceversa. Si esa demanda no tiene respuesta (el vaso lo entrega otra persona o bien el analista sigue ofreciendo agua sin escuchar el subtexto) el sujeto responde con la bifrontalidad de las únicas tres pasiones que Lacan nos promulgò: con el odio. (De la ignorancia, se sabe, es saber ignorar lo que se sabe: docta ignorancia ya planteada por Nicolás De Cusa, que permite el agujero para que el analista escuche, lea, el texto del analizante.)
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Cuando se escucha la archirrepetida frase que "el analista no debe responder a la demanda"; se suele cometer el error técnico de creer que el analista no debe ofrecer el vaso. Lo que el analista no debe olvidar es que no se trata de lo biològico; de la sed. Lo que debe entenderse es que la no-respuesta quiere decir: te doy el vaso pero -abstinencia pasional mediante- leo tu pedido de amor; te a-lojo como Otro en tu contingente fatalidad de ser amado. Si el analista olvida que el neurótico es un desalojado, un eyectado, un sin hospedaje; tambièn olvida que lo único verdaderamente poderoso que ha descubierto Freud es lo que conocemos como Transferencia; el motor de la cura. Todo lo demas no es más que un invento: el síntoma y lo inconsciente. El a-lojamiento del sujeto en el Otro-Analista constituye, por parafrasear casi a Lacan, el primer Acto. El amor sino es un Acto, al decir de Borges, una entrega de símbolos; no es más que pura filosofìa.
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Ahora: también la Transferencia -Freud dixit- es el principal obstàculo; ya que el sujeto -adherido a su infatuación yoica- no querrà nunca resignar esa re-ligiere que lo une con el Otro: ese pedido constante que le impedirà castrarse y aceptar que hay una falta estructural que incluye a ese Otro: el Otro està tambièn castrado; y esa barradura es la más angustiante puesto que el sujeto deberá resignar, entonces, la imagen con que quedò adherido en su Estadio del Espejo para poder prescindir de los bienes y de su narcisismo pulsante.
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En los vìnculos amorosos; la libido narcisista -por decirlo en términos freudianos- deberá transmutarse al objeto-amado: el sujeto trueca la masturbación del goce fàlico por el ser amado. En tèrminos de metàfora; lo que se espera del amante no está en el orden los Bienes tangibles sino en el orden del Don. (Desde la antropologìa tambièn podemos escuchar a LéviStrauss y todas las investigaciones de campo en donde -en ùltima instancia- el Don es el pasaje de endogamia a la exogamia.) El Don es pues, castraciòn. Lo que Dona el sujeto es su falta; se despoja -por amor- de su falito para -a posteriori- a-segurarse el agálma, el bien preciado; su tesoro que -sin duda tambièn- le aportarà otro brillo a su Ideal.
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Podrìamos preguntarnos que sucede en los casos donde el sujeto no puede dar lo que tiene; no ya lo que no tiene. Podrìamos inferir que si las demandas son recìprocas; el sujeto, en estos casos de no-privaciòn, estaría en la misma situaciòn que el demandante: "no te doy, amáme igual". Este callejòn sin salida de demandas recìprocas sin mediaciòn que acote el goce, puede llevar a la desilusiòn amorosa: uno de ambos puede suponer que es siempre quien da; ergo, la metáfora amorosa no se produce. O lo que Roland Barthes, en ese poético texto define como la languidez del amor.
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Barthes mediante, ya que con èl abrimos este parràfo, podemos tambièn cerrarlo, Op.Cit.: "La sensación de una acumulación de sufrimientos amorosos explota en este grito: "Esto no puede continuar". (...) (Sentimiento razonable: todo se arregla - pero nada dura. Sentimiento amoroso: nada se arregla - y sin embargo dura.) (...) Comprobar lo Insoportable: ese grito tiene su beneficio: manifestándome a mí mismo que es preciso salir de èl, por cualquier medio que sea, instalo en mí el teatro marcial de la Decisión, de la Acción, de la Salida. La exaltaciòn es como la ganancia secundaria de mi impaciencia; me nutro de ella, me revuelco en ella. Siempre "artista", hago de la forma misma un contenido. Imaginando una soluciòn dolorosa (renunciar, partir, etc.), hago retumbar en mí el fantasma exaltado de la salida; una gloria de abnegación me invade (renunciar al amor, no a la amistad, etc.), y olvido enseguida lo que debería entonces sacrificar: nada menos que mi locura -que, por definiciòn, no puede constituirse en objeto de sacrificio: ¿se ha visto a un loco "sacrificando" su locura a alguien? Por el momento no veo en la abnegación más que una forma noble, teatral, lo que es todavía recogerla en el recinto de mi Imaginario. (...) Esto es lo que dice un poema popular que acompaña a esas muñecas japonesas: "asi es la vida; caer siete veces y levantarse ocho." "
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marcelo augusto pérez, psicoanalista.
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