Caerse, levantarse...

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Nadie puede dudar de que las cosas recaen. Un señor se enferma y de golpe un miércoles recae. Un lápiz en la mesa recae seguido.
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Teóricamente a nada o a nadie se le ocurriría recaer pero lo mismo està sujeto, sobre todo porque recae sin conciencia, recae como si nunca antes. Un jazmín, para dar un ejemplo perfumado. A esa blancura, ¿de dónde le viene su penosa amistad con el amarillo?
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Hay quienes recaen al llegar a la cima de una montaña, al terminar su obra maestra, al afeitarse sin un solo tajito; no toda recaída va de arriba abajo, porque arriba y abajo no quieren decir gran cosa cuando ya no se sabe adónde se está.
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Hay quien ha sostenido que la rehabilitación sólo es posible alterándose, pero olvidó que toda recaída es una desalteración, una vuelta al barro de la culpa. Somos lo más que somos porque nos alteramos, porque salimos del barro en busca de la felicidad y la conciencia y los pies limpios. Un recayente es entonces un desalterante, de donde se sigue que nadie se rehabilita sin alterarse.
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Contra lo que pasa se impone pacientemente la rehabilitación. En lo más recaído hay siempre algo que pugna por rehabilitarse, en el hongo pisoteado, en el reloj sin cuerda, en los poemas de Pérez, en Pérez.

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.JULIO COTÁZAR
Me Caigo y Me Levanto, fragmentos.
La Vuelta al día en ochenta mundos, Tomo I
1967
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