Sencillo
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Fue muy sencillo. Se amaban por encima de todos los museos. Mano derecha con mano izquierda. Mano izquierda con mano derecha. Pie derecho con pie derecho. Pie izquierdo con nube. Cabello con planta de pie. Planta de pie con mejilla. ¡Oh, mejilla izquierda! ¡Oh, noroeste de barquitos y hormigas de mercurio! Dame el pañuelo, Genoveva, voy a llorar. Voy a llorar hasta que de mis ojos salga una mechedumbre de siemprevivas. Se acostaban, no había otro espectáculo más tierno. ¿Me ha oído usted? Se acostaban. Muslo izquierdo con antebrazo izquierdo. Ojos cerrados con uñas abiertas. Cintura con nuca y con playa. Y las cuatro orejitas eran cuatro àngeles en la choza de la nieve.
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Se querían. Se amaban. A pesar de la ley de la gravedad. Cuando descubrieron esto, se fueron al campo. Se amaban. ¡Dios mío! Se amaban entre los ojos de los químicos. Espalda con tierra, tierra con anís. Luna con hombro dormido y las cinturas se entrecruzaban una y otra con un rumor de vidrios. Yo vi temblar sus mejillas cuando los profesores de la Universidad les traían miel y vinagre en una esponja diminuta. Muchas veces tenían que apartar a los perros que gemían por las hiedras blanquìsimas del lecho. Pero ellos se amaban.
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Eran un hombre y una mujer. O sea, un hombre y un pedacito de tierra, un elefante y un niño, un niño y un junco. Eran dos mancebos desmayados y una pierna de níquel. ¡Eran los barqueros! Sí. Eran los barqueros del Guadiana que cercaban con sus remos todas las rosas del mundo.
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Federico García Lorca
Amantes asesinados por una perdiz
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