Temores
Una mañana, nos regalaron un conejo de Indias.
Llegó a casa enjaulado.
Al mediodía, le abrí la puerta de la jaula.
Volví a casa al anochecer y lo encontré tal como lo había dejado:
jaula adentro, pegado a los barrotes, temblando del susto de la libertad.
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El Miedo
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convenienencia y a no hacer el mal por miedo.
Dios me ofrecía castigos y recompensas,
me amenazaba con el infierno y me prometía el cielo;
y yo temía y creía.
Han pasado los años.
(...)
Sinceramente: merecer, merezco.
Nunca he matado a nadie, es verdad, pero ha sido por falta de coraje o de tiempo,
y no por falta de ganas. No voy a misa los domingos,
ni en fiestas de guardar. He codiciado a casi todas las mujeres de mis pròjimos,
salvo a las feas, y por tanto he violado, al menos en intención,
la propiedad privada que Dios en persona sacralizó en las tablas de Moisés:
No codiciarás a la mujer de tu prójimo, ni a su toro, ni a su asno...
Y por si fuera poco, con premeditación y alevosía he cometido el acto
del amor sin el noble propósito de reproducir la mano de obra.
Yo bien sé que el pecado carnal está mal visto en el alto cielo;
pero sospecho que Dios condena lo que ignora.
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Teología/1
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Eduardo Galeano; El libro de los abrazos.
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