¿Cómo se llega a ser heterosexual?
¿Cómo se llega a ser heterosexual?
La pregunta ya intenta aproximar la primera idea que así planteada también pretende matar dos pájaros de un tiro. Primer disparo: la sexualidad del sujeto es contingente; al igual que el vínculo existente entre el significante y el significado de nuestra lingü(h)histeria; o al igual que la relación de contingencia que la pulsión mantiene con el objeto. Segundo tiro: a ser heterosexual, se llega. Ambos disparos incluyen una obviedad deductiva: la sexualidad del sujeto es un punto de llegada y no de partida; “se construye” independientemente del sexo anatómico y dicha producción incluye los avatares de la lógica del caso por caso.
El lector atento podrá ya entre-leer que al nombre de esa “fábrica” Freud lo ha llamado Edipo & Complejo de Castración; y su materia prima pulsional es el lenguaje; o –para decirlo mejor ya que “el lenguaje” no existe- lalengua que Lacan escribe neológicamente en un solo término.
Primera conclusión: la sexualidad toma existencia a partir del lenguaje-agujereado y es un concepto cultural (valga aquí el pleonasmo) que ya no es posible confundir con la anatomía genital de los seres parlantes. Y si es cultural, es lo mismo que preguntarse ¿cómo es posible que una dama alta oriental se enamore de un petiso caballero caucásico? o ¿cómo se llega a ser histérico en vez de psicótico?
Pero entonces, ¿cómo? Una respuesta puntual puede ser esta: “hablando”: gerundio que oficia de camino –de viaducto- para que el sujeto llegue. Pero ese hablaje –y el término lo usurpo del Seminario 22 de J.Lacan-, lejos de interpretarse como un conjunto de códigos comunes para entenderse mutuamente- no es sino más que el representante del goce sexual. Y –como sabemos- para que exista goce tiene que existir lalengua: he aquí el anudamiento por cierto problemático ya que cuando de lalengua se trata, el sujeto ya no sabe lo que dice cuando habla, pues –repetimos- de lo que se trata no es de “hacerse entender” sino de gozar. Recordemos a Lacan: "lo inconsciente es que el sujeto, hablando, goce..." Estamos diciendo pues que algo hay llamado FALO y es lo que anuda lo real –anatómico, sexual- al significante. Esa contingencia determinará la elección sexual de objeto. Es decir pues que ser heterosexual es un accidente en el marco de la Castración del Sujeto. Ese accidente de Castración -como bien sabemos- se elabora en tres etapas bien definidas. Y -a juzgar por la clínica- advertimos que si la neurosis existe es porque accidentes hay siempre y el pasaje del segundo tiempo del Complejo al tercero es mucho más problemático que lo que creíamos.
Pero el espíritu preguntón puede insistir: ¿Pero entonces, no se nace heterosexual? No sólo no se nace, sino que ni si quiera se es. La sexualidad, como el cuerpo, se tiene, se adquiere, se conquista; como dirá Lacan “es un regalo del lenguaje”. En todo caso, desde Freud sabemos que lo inconsciente es homo-sexual desde el momento que no hay más que inscripción de un único significante: el falo. Desde lo narcísico, también hallamos lo obvio: el autoerotismo tiene su auto-repliegue sobre lo homo. Podemos responderle desde Lacan: el sujeto está anclado en el “todo fálico”; esa posición “hommosexualle” (con dos “m” para jugar con el término latino hombre, lado macho del esquema de la sexuación) implica que lo inconsciente rechaza al Otro sexo. Según se lee en el seminario Aún –y está en la base de la axiomática “la relación sexual no existe”- el goce en tanto sexual es fálico; es decir, no se relaciona con el Otro en cuanto tal. Y también podemos responder desde nuestra praxis: lo inconsciente repite el mismo real, base de todo síntoma: lo homo también se encuentra en él.
Escuchamos hoy más que nunca a ciertos pacientes (amantes de la precisión científica) que se encuentran dudando por la potencial elección sexual de sus hijos; sobre todo porque en muchos casos ellos mismos ya se han divorciado para vivir con una persona de su mismo sexo. Todas estas cuestiones ayudan para que entendamos que el fenómeno algebraico de la función –materna o paterna- sigue siendo la ecuación del sujeto que se hace vigente en el nudo del Complejo y que, justamente, opera en función de él. Esto también nos lleva a pensar que un padre-genitivo no reemplaza a Un-Padre o que “no por mucho madrugar…” Es decir que –cuando se trata de lo inconsciente- no hay manera conciente de garantizar un no-accidente en el trayecto; como no hay método para definir un objeto único para la pulsión: si lo hubiese estaríamos en el campo de la naturaleza y no de lalengua, del parlêtre.
Primera conclusión: la sexualidad toma existencia a partir del lenguaje-agujereado y es un concepto cultural (valga aquí el pleonasmo) que ya no es posible confundir con la anatomía genital de los seres parlantes. Y si es cultural, es lo mismo que preguntarse ¿cómo es posible que una dama alta oriental se enamore de un petiso caballero caucásico? o ¿cómo se llega a ser histérico en vez de psicótico?
Pero entonces, ¿cómo? Una respuesta puntual puede ser esta: “hablando”: gerundio que oficia de camino –de viaducto- para que el sujeto llegue. Pero ese hablaje –y el término lo usurpo del Seminario 22 de J.Lacan-, lejos de interpretarse como un conjunto de códigos comunes para entenderse mutuamente- no es sino más que el representante del goce sexual. Y –como sabemos- para que exista goce tiene que existir lalengua: he aquí el anudamiento por cierto problemático ya que cuando de lalengua se trata, el sujeto ya no sabe lo que dice cuando habla, pues –repetimos- de lo que se trata no es de “hacerse entender” sino de gozar. Recordemos a Lacan: "lo inconsciente es que el sujeto, hablando, goce..." Estamos diciendo pues que algo hay llamado FALO y es lo que anuda lo real –anatómico, sexual- al significante. Esa contingencia determinará la elección sexual de objeto. Es decir pues que ser heterosexual es un accidente en el marco de la Castración del Sujeto. Ese accidente de Castración -como bien sabemos- se elabora en tres etapas bien definidas. Y -a juzgar por la clínica- advertimos que si la neurosis existe es porque accidentes hay siempre y el pasaje del segundo tiempo del Complejo al tercero es mucho más problemático que lo que creíamos.
Pero el espíritu preguntón puede insistir: ¿Pero entonces, no se nace heterosexual? No sólo no se nace, sino que ni si quiera se es. La sexualidad, como el cuerpo, se tiene, se adquiere, se conquista; como dirá Lacan “es un regalo del lenguaje”. En todo caso, desde Freud sabemos que lo inconsciente es homo-sexual desde el momento que no hay más que inscripción de un único significante: el falo. Desde lo narcísico, también hallamos lo obvio: el autoerotismo tiene su auto-repliegue sobre lo homo. Podemos responderle desde Lacan: el sujeto está anclado en el “todo fálico”; esa posición “hommosexualle” (con dos “m” para jugar con el término latino hombre, lado macho del esquema de la sexuación) implica que lo inconsciente rechaza al Otro sexo. Según se lee en el seminario Aún –y está en la base de la axiomática “la relación sexual no existe”- el goce en tanto sexual es fálico; es decir, no se relaciona con el Otro en cuanto tal. Y también podemos responder desde nuestra praxis: lo inconsciente repite el mismo real, base de todo síntoma: lo homo también se encuentra en él.
Escuchamos hoy más que nunca a ciertos pacientes (amantes de la precisión científica) que se encuentran dudando por la potencial elección sexual de sus hijos; sobre todo porque en muchos casos ellos mismos ya se han divorciado para vivir con una persona de su mismo sexo. Todas estas cuestiones ayudan para que entendamos que el fenómeno algebraico de la función –materna o paterna- sigue siendo la ecuación del sujeto que se hace vigente en el nudo del Complejo y que, justamente, opera en función de él. Esto también nos lleva a pensar que un padre-genitivo no reemplaza a Un-Padre o que “no por mucho madrugar…” Es decir que –cuando se trata de lo inconsciente- no hay manera conciente de garantizar un no-accidente en el trayecto; como no hay método para definir un objeto único para la pulsión: si lo hubiese estaríamos en el campo de la naturaleza y no de lalengua, del parlêtre.
Como analistas, bajo una sociedad mucho más tolerante y mejor informada –que no es poco-, podemos a-compañar en dichos avatares lógicos el devenir de cada experiencia subjetiva para –si bien no responder siempre- al menos preguntar desde un lugar en que se junten dos pájaros de un sólo lazo: deseo y amor. Es decir, administrar el goce de una manera más productiva.
Marcelo A. Pérez, psicoanalista
Litografías: Eisher: Repitles - 1943 /
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